Crítica
Público recomendado: +16
El recientemente difunto Jean-Luc Godard, uno de los grandes innovadores del lenguaje cinematográfico y representante privilegiado de la Nouvelle Vague, declaró en alguna ocasión que su película favorita era Al azar, Baltasar (Au hasard, Balthazar, 1966) el clásico atemporal de ese director único que fue Robert Bresson. El film narra la historia de Baltasar, un borrico trasunto de Cristo, que encarna la inocencia y el sufrimiento del mundo. Ni corto ni perezoso, el polaco Jerry Skolimowski se atreve en EO con una reinterpretación de aquella, una de las mejores películas de la historia del cine. Una apuesta sin duda pretenciosa, y que acaso el realizador polaco gane por la mínima, por la fisicidad y poesía audiovisual de una propuesta que, sin embargo, se sospecha traidora de la obra de partida.
Como en la cinta de Bresson, es fácil empatizar con el burro protagonista (interpretado realmente por hasta un total de seis acémilas), paradigma de un sentido común muy difícil de encontrar en los humanos con los que se topa, aquejados a menudo por una irracionalidad más inexplicable que la de las bestias. Por otra parte, la grandilocuencia audiovisual del film -a veces rayana en el puro artificio-, dista de la contención propia de la obra de Bresson, y genera una pregunta justificada acerca de la oportunidad del uso de unas formas excesivas para transmitir un fondo supuestamente trascendental. De hecho, la cuestión que se plantea es aún más profunda: más allá del simbolismo cristiano, al que EO parece completamente ajena -e incluso crítica por momentos- ¿estamos ante un film abierto a la trascendencia o ante una película que se ahoga en la pura inmanencia? Su planteamiento, netamente materialista, y el mismo rótulo que aparece tras el último de sus planos, desvelando las intenciones del realizador, parecen declarar lo segundo. Por otra parte, no cabe duda de que, a diferencia de la cinta de partida del maestro galo, la del polaco queda nítidamente fuera del marco de lo que Paul Schrader llama estilo trascendental. Se trata, sin duda de una propuesta original, innovadora y atrayente: un film en el que resulta fácil seguir la propuesta del filósofo Gilles Deleuze, que abogaba por dejarse llevar del flujo de las imágenes y los signos, sin tratar de entrar en cuestiones de significante y significado. A él le hubiera encantado EO, una experiencia sensorial más que una película. Y, sin embargo, esta es, precisamente, la crítica fundamental que se le puede hacer a la cinta: la de que su mayor aporte sea el de generar unos vistosos fuegos de artificio en torno al insuperable hipotexto de Bresson, pero nada más. No se podía contar mejor la historia del burro Baltasar (o EO, que para el caso es lo mismo), y Skolimowski, lógicamente, no lo consigue. El problema es que, además, compensa la hipertrofia formal de su film con una atrofia del contenido, del simbolismo e incluso del afecto duradero que alcanzaba la obra maestra de Bresson. EO es, por tanto, una digna reinterpretación posmoderna de aquella, pero poco más. Como si Terrence Malick (el de ahora, no el realizador humilde y genial que fue al comienzo de su filmografía) hubiese hecho un remake de Al azar, Baltasar. En cualquier caso, nada nuevo bajo el sol.