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J. Edgar

Caratula de "J. Edgar" (2011) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

El octogenario director Clint Eastwood regresa con un sombrío biopic sobre J. Edgar Hoover,  fundador y director del FBI y una de las figuras más poderosas e influyentes de la historia del siglo XX. Con una trayectoria de servicio a su patria que duró casi cincuenta años, la cinta viaja constantemente del presente al pasado describiendo algunos de los momentos más críticos en la carrera de Hoover: la persecución del comunismo, la era de la caza de mafiosos, su investigación sobre el caso de la desaparición del bebé Lindbergh, su firme oposición a las revoluciones sociales de los sesenta… En general, se observan los méritos del director, como fueron su defensa del avance de los procedimientos científicos en el análisis de la escena del crimen y el uso de las huellas dactilares para localizar a los criminales; aunque también se perfila el lado oscuro del alto cargo, su manía de coleccionar pruebas incriminatorias para influir –o más bien chantajear- a los líderes más poderosos, tales como los Kennedy, Richard Nixon y Martin Luther King.

No obstante, la versión de Clint Eastwood sobre la vida de Hoover y la turbulenta etapa histórica que le tocó vivir se centra en los hechos que están detrás de la leyenda surgida en torno a su particular cruzada contra el crimen; en la naturaleza del hombre de carne y hueso más allá de su actitud adusta y de los rumores sobre su homosexualidad. Esta búsqueda se despliega a partir de tres relaciones claves en la vida del director del FBI: la de dependencia extrema que mantiene con su madre, Annie Hoover (Judie Dench); la que entabla con su antigua novia convertida en su siempre leal secretaría, Helen Handy (Naomi Watts); y la surgida con su mano derecha en el FBI, Clyde Tolson (Armie Hammer), quien ha sido considerado su compañero sentimental.

Así, el film conviene que el director del FBI es responsable de su paranoia y megalomanía, pero también es retratado como un hombre con una personalidad que oscila entre la falta de seguridad y una exagerada firmeza moral enraizada en el temor. Un temperamento atormentado por una infancia transcurrida sin una figura paterna (su padre era débil mental) y junto a una madre autoritaria que prefiere tener “un hijo muerto antes que un mariposón”. Respecto a su relación con Tolson,  el guión de Dustin Lance Black (oscarizado en 2009 por el guión del biopic sobre el activista gay Harvey Milk) sugiere que ambos experimentaron sentimientos por el otro, pero que Hoover apenas podía reconocer y actuar consecuentemente con ellos debido a la opinión de su madre. De este modo, en el tratamiento de la condición sexual de Hoover que la película realiza, la relación entre ambos es tan ambivalente y contenida como el temple de su protagonista. A diferencia de personajes como el de Harvey Milk, J. Edgar Hoover se muestra como un ser demasiado obsesionado con el poder, con sus fobias sobre la seguridad nacional, demasiado antipático y discordante como para ser considerado una víctima homosexual.

Como muchas de las películas de Clint Eastwood (el caso de las recientes Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima), la iluminación se convierte en una cuestión casi experimental. El largometraje es deliberadamente oscuro, lo cual encaja con el tono sórdido que envuelve a la película.

J. Edgar se beneficia de la actuación bastante convincente de Leonardo di Caprio y de las más que probadas aptitudes de la veterana Judy Dench.  La caracterización de los actores para envejecerles sólo resulta creíble en el caso de Di Caprio; el resto de intérpretes no salen bien parados con el exceso de pasta y maquillaje, especialmente Clyde Tolson, que además sobreactúa en estos fragmentos con unos temblores que rozan el ridículo.  Por otra parte, el personaje de Naomi Watts está desaprovechado y apenas se desarrolla,  de manera que no quedan claras las razones por las que Helen Gandy demostró tal lealtad a su jefe ni tampoco por las que Hoover depositó tanta confianza en ella.

La estructura del guión pretende enlazar constantemente las memorias que Hoover narra en el presente a los jóvenes agentes del FBI con los hechos del pasado, pero las dos partes no encajan efectivamente y la estructura resulta confusa. Este hecho parece querer justificarse en el film con la idea de que Hoover no es un narrador fiable, ofreciendo otras escenas que no son parte del discurso del protagonista, lo cual sólo contribuye a aumentar la confusión pues es difícil distinguir unos pasajes de otros.

En definitiva, el resultado final es que J. Edgar no constituye un documento revelador, sino más bien un acercamiento –en ocasiones- intencionadamente impreciso que conecta con el carácter enigmático y retorcido de Hoover y con la práctica de exponer sin tomar partido a la que Clint Eastwood se ciñe frecuentemente.

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