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Janis

Caratula de "Janis. La verdadera historia de la reina del blues" (2015) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Janis Joplin pertenece a ese grupo, tristemente célebre, de dotados músicos que murieron a los 27 años: ella lo hizo en 1970; Brian Jones (de los Rolling Stones) en 1969; Jimi Hendrix, en 1970; Jim Morrison, en 1971; Kurt Cobain, en 1994 o Amy Winehouse, en 2011.

Tenemos una ristra magnífica de poderosos documentales, sobre artistas fallecidos y vivos: sin ser exhaustivos, este viene a añadirse a la lista de los que ya tenemos: Amy, Marley, George Harrison: living in the material world; estos son más lineales, más cronológicos que otros más libres como A veinte pasos de la fama, 20.000 días en la tierra, Anvil. Pero todos ellos merecen la pena.

La directora, Amy Berg tiene una densa trayectoria en el mundo de los documentales, investigando causas complicadas, como casos de abusos sexuales a menores, (dos de ellos por religiosos, otro en el mundo del espectáculo) o sobre errores judiciales en caso de asesinato.

La historia de Janis es la de una artista, en gran medida, herida; pero el resultado final no es oscuro, a pesar de los temas preferidos de la directora. El documental nos acerca a la posible génesis de dicha herida. Su modo de cantar procedía, por supuesto, de su herida, pero más de la influencia que sobre ella ejercieron las grandes voces del blues de principios de siglos, la mayoría de ellas también de mujeres con sus desgarros interiores. Pero, ¿acaso no es esto el blues? Janis encontró en la música el vehículo de expresión perfecto.

Por eso, puedo decir que el documental me ha convencido plenamente. Porque corrige mis prejuicios. El modo de cantar de Joplin no es histrionismo; no es impostado. Es más bien terapia o sanación. Acierta la cinta al no dar más importancia de la que corresponde a los festivales de Monterrey o Woodstock, auténticos mitos que dificultan la explicación de la época, más que facilitarla. Hoy son casi eslóganes. Su explicación es su vida, no la época. La época marcó quizá su fama, su estrella, pero a Janis hay que conocerla por sus íntimos; la otra no es Janis, es el personaje.

Uno de los aciertos del documental, hecho con la distancia adecuada es poner cara y nombre a las circunstancias que motivaban las quejas de sus letras: abandono, celos, tristeza… Aquí están los protagonistas: hermanos, novios, novias, incluso. Pero lo más bonito, quizá lo más emotivo es que Janis no se convirtió en una loca enfurecida. Su drama fue encontrar al hombre a quien amar y por el que ser amada. Cuando lo encontró, revivió; fue, físicamente, su momento de mayor esplendor, porque su físico, de joven, hizo que fuera objeto de burlas crueles. En sus canciones, que de todo hay, hay palabras de espera, de perdón. Leemos las cartas a su familia, con todos sus problemas, escritas en medio de las incomprensiones de sus padres ante su vida. Pero a Janis nunca le abandonó la preocupación de que sus padres supieran cómo estaba; escritora regular, entre tímida y tierna; como artista, desbordante, energética, poderosa. Así lo capta el documental y eso hay que agradecer.

 

 

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