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La ballena

Caratula de "La ballena" (2022) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +18

Esta película inicia con el paisaje de una carretera de Idaho y un hombre que baja de un autobús en la mitad de la nada, como en la famosa escena de Con la muerte en los talones (Hitchcock, 1959). Aparte de la frase que es el título, no hay mucho que La ballena (The whale, Darren Aronofsky, 2022) tenga que ver con la cinta de Hitch. Asistimos a los días de la vida de un hombre cuya muerte le pisa los talones hinchados, sí.

Estructurada de lunes a viernes, encerrada en un formato 4:3 que no le da espacio al espectador para estirar el cuello, transcurrida dentro del piso del protagonista, único lugar donde se desarrollan las acciones, y bautizada (a Aronofsky le encantaría este término) con una lluvia torrencial hasta prácticamente el final del metraje, cuando la luz del sol pasa por la puerta de entrada a través de un personaje como en Centauros del desierto (Ford, 1956), este drama cuenta la historia de Charlie (Brendan Fraser, de dulcísimos ojos y voz, lo mejor de la cinta) un profesor homosexual, obeso mórbido que, al saberse cercado por la insuficiencia cardiaca, busca la redención que yace en manos de su cruel y rabiosa hija adolescente, Ellie (Sadie Sink).

Y es que, un misionero de un grupo religioso llamado Nueva Vida toca a la puerta de Charlie cuando le está doliendo el pecho y lucha por respirar. Thomas (Ty Simpkins) querrá volver una y otra vez a esta casa después de que Liz (Hong Chau), su amiga y enfermera, lo eche por saber exactamente qué conflictos hay alrededor de Nueva Vida: su hermano y su padre pertenecían al grupo. Así, Thomas insiste en que ha llegado a casa de Charlie por una razón: hacerle de guía espiritual para que no le dé la espalda a Dios, y se salve. Mientras, Charlie llama a su hija para pasar el poco tiempo que le queda con ella, después de haberla abandonado hace nueve años cuando la niña tenía solo ocho. Su exmujer, Mary (Samantha Morton) es también toda resentimientos y rabia y tristeza y soledad. Nos enteramos de que Charlie acabó así no tras el abandono a su familia, sino tras la muerte de un ser querido, y que su obesidad mórbida es un lento suicidio por duelo.

En cuanto a referentes, La ballena tiene dos principales: la literatura (en especial Moby Dick, en un referente cortito y obvio que luego se verá ampliado hacia el final), y la religión (Aronofsky adora las referencias bíblicas en su filmografía). El cuerpo como lugar de autodestrucción para un personaje atormentado es otro motif en sus películas. Y como esto es así —la cinta está basada en una obra de teatro de Samuel D. Hunter, guionista— todos los conflictos y asuntos que se presentan son una cosa y la otra al mismo tiempo: la homosexualidad es amor entre dos personas y también lo que rompe familias; la fe es perdición y salvación; la obesidad mórbida de Charlie inspira a la vez compasión y repugnancia; los miembros de la familia se quieren y se resienten, se insultan y se cuidan al mismo tiempo. Así, la cinta es y no es sobre la obesidad, el duelo, la religión, y la paternidad. Como es costumbre, al director se le va la mano con estos asuntos. Lo que tenemos claro es que la búsqueda de la redención de Charlie vendrá solo a partir del sacrificio de sí. Y que todo el peso del duelo y la culpa, esa metáfora que hace que Charlie no pueda entrar a una habitación porque no cabe por la puerta, o que no pueda levantarse por sí solo y andar, puede irse instantáneamente con la enunciación del perdón y la luz del día. La ballena es, sin más, testimonio del acto penitencial de un hombre.

Narcisa García

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