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La batalla de los sexos

Caratula de "La batalla de los sexos"

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes-Adultos

El pasado 3 de noviembre, la cartelera española recibía al filme La batalla de los sexos de mano de la distribuidora  Twentieth Century Fox España. Es la primera vez en 44 años que Hollywood recrea de manera irregular, y a ratos panfletaria, el sonado partido de tenis -basado en hechos reales- protagonizado por la entonces número uno del tenis femenino, Billie Jean King, contra el antiguo ganador de Wimbledon Bobby Riggs, celebrado el 21 de septiembre de 1973.

El acontecimiento se convirtió en uno de los eventos deportivos más vistos de todos los tiempos, que se tradujo en 90 millones de espectadores en todo el mundo. Mientras la rivalidad entre King y Riggs alcanzaba su máximo apogeo, fuera de la cancha cada uno de ellos libraba batallas más personales y complejas.

La ferozmente militante King no abogaba solamente por la igualdad, sino que también luchaba por aceptar su propia sexualidad, mientras desarrollaba una íntima relación con Marilyn Barnett (Andrea Riseborough). Y Riggs, una de las primeras celebridades -por méritos propios- de la era de los medios de comunicación, lidiaba con su particular demonio, la ludopatía, a expensas de su familia y de su mujer, Priscilla (Elisabeth Shue). Juntos, Billie y Bobby proporcionaron un gran espectáculo de índole cultural cuyo eco repercutió más allá de la pista de tenis, provocando discusiones tanto en dormitorios como en salas de juntas que todavía siguen resonando hoy día.

Resulta sorprendente que el oscarizado matrimonio formado por los directores de este filme, Jonathan Dayton y Valerie Faris, que debutaron en 2006 en el cine con esa joyita que es Pequeña Miss Sunshine, se arrimen de nuevo a la gran pantalla para mostrar un espectáculo sin apenas aristas, esquemático y, naturalmente, previsible en su acabado argumental. Lo que sí quieren dejar bien clara es su postura de apoyo al colectivo LGTBI -más en estos momentos, tan asentado y desafiante en los tiempos actuales- pues, como se sabe, King era una tenista homosexual en un mundo dominado por los hombres. Y su lucha por la defensa del colectivo, lo cual pasa por convertirla en una lideresa del movimiento feminista, no fue en vano. Gracias a ella, se dejaba clara la abismal e injusta diferencia de salarios entre hombres y mujeres, que entonces era mayor hasta ocho veces más. Además, junto a otras compañeras tenistas, creó la actual Asociación de Tenis Femenino (WTA).

Pero se echa de menos que los directores se queden en eso y el filme no ofrezca otras novedades. Como se sabe, generalmente el cine siempre es metáfora de algo, y en el cine deportivo lo es más, puesto que la denuncia universal sobre la raza o la identidad daban paso a conflictos internos fuertes. Pero La batalla de los sexos se queda ahí, atascada en la promoción y difusión de algo obvio, guste o no.

Por otro lado, la película tampoco progresa en su dimensión emocional, a saber, el factor sorpresa queda a menudo diluido al no hallar reacciones suficientes en sus actores para hacer creíbles todos los estados anímicos por los que atraviesan, precisamente en una época donde funcionar a contrapié siempre suponía una revolución. Y, en este sentido, también hay un partidismo claro al perfilar a Bobby Riggs como bufón inofensivo para dar satisfacción al respetable y empatizar antes con él que con Billie Jean King. Eso sí, en cuanto a su ambición estética, la moda, y la moda televisiva, el filme funciona a la perfección, así como por la encarnación de sus protagonistas, la oscarizada Emma Stone y el polifacético Steve Carell, dos virtudes reseñables, pero endebles para soportar un conflicto fílmico tan tosco como olvidable.

 

 

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