Crítica:
Público recomendado: Jóvenes
Se estrena la obra más anodina, mal dirigida y plana del ex-presidente de la Academia de Cine, Alex de la Iglesia. Y es una pena, pues el tema, aunque no es original, hubiera dado mucho más de sí.
Este cineasta bilbaíno siempre ha navegado entre lo cómico y lo trágico, ya desde El día de la Bestia, consiguiendo resultados muy distintos, y no siempre satisfactorios. Sólo en alguna ocasión ha optado por el thriller directo, como en Los crímenes de Oxford, pero hasta sus películas más oscuras, duras y violentas tienen siempre un tratamiento cómico, irónico o surrealista. Esta combinación, enmarcada en una atmósfera estética cercana al cómic y al relato pulp ha hecho de La Iglesia una especie de trasunto español de Tarantino, un director de culto para tribus urbanas y freaks varios. En Balada triste de trompeta el director bilbaíno llevó sus códigos al límite consiguiendo una película perpleja, en la que lo cómico y lo trágico desdibujaban sus fronteras más allá de lo tolerable para el público, que no sabía si reír o llorar, si el director iba en serio o en broma.
Esta perplejidad la produce también La chispa de la vida, aunque el resultado es mucho menos grave, también porque la película es mucho menor. El tema del film no está mal, si bien carece de originalidad: una crítica mordaz a la cultura del morbo televisivo, a la telerrealidad. Roberto es un publicista en paro y desesperado, que sufre un accidente que le deja clavado en una viga de una obra; ante la decisión de los médicos de operarle in situ, se genera alrededor un despliegue mediático impresionante. ¿Podrán las televisiones transmitir en directo la muerte de Roberto? ¿Concederá su última entrevista en exclusiva a alguna cadena de éxito? Roberto también se hace estas preguntas intuyendo en ellas la última posibilidad de ganar un dinero y sacar a su familia de la ruina.
Aunque el director quiere dar al film un tratamiento humorístico, la verdad es que no lo consigue, y domina lo tétrico y trágico. La presencia de cómicos como Santiago Segura, Fernando Tejero, o el protagonista José Mota, no consiguen arrancar la risa en una cinta que tiene la crisis económica y el paro como asuntos centrales. En realidad, aunque la película se deja ver, da la impresión constante de estar bocetada, poco trabajada, hecha sin ninguna meticulosidad. Muchas situaciones inverosímiles podrían haber funcionado en una comedia pura y dura, a lo Azcona, pero aquí entorpecen la trama y le restan emoción. Debería haber optado por un tono exclusivamente dramático y el resultado habría sido mucho mejor. En este sentido, algunos personajes secundarios son un desastre, como el Alcalde de Cartagena, interpretado por Juan Luis Galiardo, como la absolutamente inverosímil directora del Museo arqueológico que encarna Blanca Portillo o como el típico tipiquísimo magnate de la televisión que representa Juanjo Puigcorbé. Frente a esas caricaturas fuera de tono, tenemos a la mujer de Ricardo, Luisa, un personaje tratado de manera absolutamente realista, y que Salma Hayek no consigue darle la densidad que se merece. Quizá es Carolina Bang, la nueva pareja sentimental del cineasta, la que -a pesar de su pequeño papel- da con el tono que la película hubiera requerido para todos sus personajes. Un tono que sería nuevo para Álex de la Iglesia.