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La consagración de la primavera

Caratula de "La consagración de la primavera" (2022) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +18

Una delicada y rebelde película sobre el despertar sexual de una joven universitaria. Del director sevillano Fernando Franco, ganador del Goya al mejor director novel por La herida (2014) y nominado al mejor montaje por la película Blancanieves (2013).

La consagración de la primavera plantea el deseo de algunas personas paralíticas de tener “asistencia sexual”, de que alguien vaya a sus casas para procurarles una experiencia sexual. Provocadora pero realista, pequeña pero poderosa historia que gustará a unos y disgustará a otros. Ha estado en la sección oficial del Festival de Cine de San Sebastián y ha provocado reacciones contradictorias entre críticos y espectadores.

Laura (Valeria Sorolla) acaba de instalarse en Madrid para estudiar la carrera de Química. Vive en un colegio de monjas y tiene un mundo interior lleno de inseguridades. En una noche de fiesta conoce a David (Telmo Irureta), un joven con parálisis cerebral que vive con su madre Isabel (Emma Suarez). El encuentro que tiene con David la sorprende, al intuir cómo desde una silla de ruedas consigue despertar su afecto e interés. Muy interesante cómo comienza la película, a altas horas de la madrugada en una fiesta, donde Laura muerde su propia copa de cristal y sangra. Expresión del atasco interior que lleva dentro, y que augura la revolución afectiva y el descubrimiento que se avecina (drogas, citas por aplicaciones, alcohol y liberación sexual).

Mínima pero eficaz la interpretación de la siempre talentosa Emma Suárez. La película trata la necesidad que tienen de relaciones sexuales el colectivo de personas con “discapacidad”; interesante cómo va aproximándose a un corazón y un cuerpo que necesitan ser “acariciados”, tratados en la totalidad de su persona. La película permite ponerse en la piel, ser empático con estas personas, que no gozan de las mismas circunstancias que el resto.

En cuanto a la interpretación y al reparto actoral, se intuyen jóvenes talentos, con herramientas interpretativas de contención que pueden transmitir frialdad a algunos espectadores, aunque también aportan naturalidad libre de imposturas. Por otro lado, la obra consigue su propósito e incluso te deja con ganas de continuar con una trama, de abandonar otra… Un guion cuidado, pero aparentemente “inacabado”, que sin querer te arrastra y te atrapa. Los diálogos son naturales e intensos, ricos en humor y reflexión que sorprenden y escuecen.

Muy poderosa la secuencia en donde hablan de las lágrimas, de cómo unas son saladas y cómo las lágrimas de alegría lo son menos. Brutal imaginarse al joven David que se traga sus propias lágrimas por no poder retirárselas de la cara por su parálisis. La forma en la que este chico ha sufrido le hace más maduro que los demás y eso permite una perspectiva muy interesante sobre la “adolescencia universitaria” y las primeras relaciones.

También es muy destacable la conversación que tienen David y Laura cuando ésta le regala un juguete sexual, pero Miguel le responde con una sonrisa maravillosa y mucha genialidad: “Pero, ¿también abraza?” En definitiva, una sencilla y provocadora película sobre el despertar de una joven universitaria, que aprovecha para contarnos la historia de David; un joven en silla de ruedas, cuyo sufrimiento es tan humano que bien podría iluminar la oscuridad de muchos conflictos contemporáneos. Una película pequeña pero potente sobre la contención y el descubrimiento interior, afectivo y sexual que, aunque no parece coger vuelo, ni despegar, sí que es una incisiva propuesta para reflexionar sobre la vida de las personas con parálisis.

 

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