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La corona partida

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Madrigalejo, enero de 1516. En una sala contigua a la alcoba en la que el rey Fernando el Católico está agonizando, el Cardenal Cisneros se dispone a relatar al infante Fernando los turbulentos acontecimientos que tuvieron lugar tras la muerte de su abuela, la reina Isabel de Castilla, y cuanto aconteció hasta llegar al momento presente, en que Fernando, a su vez, está a punto de expirar.

De acuerdo con el relato de Cisneros, un flash back nos retrotrae a noviembre de 1504. La reina Isabel la Católica acaba de fallecer. En su testamento nombra heredera de Castilla a su hija Juana, casada con el archiduque Felipe de Habsburgo, hijo del emperador Maximiliano. Pero, en el caso de que Juana, que ya había dado pruebas de enajenación mental, no estuviera capacitada para gobernar, el rey Fernando debía hacerse cargo de la regencia de Castilla hasta la mayoría de edad del primogénito de Juana, el futuro Carlos I. Pero Felipe el Hermoso quiere la corona de Castilla para sí y no duda en utilizar toda suerte de trapacerías e intrigas para alcanzar su objetivo.

La película sigue con fidelidad los hechos históricos tal como acontecieron, pero Jordi Frades consigue imprimirles una cierta intriga a pesar de tratarse de sucesos de sobra conocidos. Algunos solo insinuados, como la referencia a la debilidad del rey en sus últimos años a causa de las pócimas fertilizantes que habrían minado su salud. Otros expuestos con detalle como lo referente a Lope de Conchillos, que consiguió una carta firmada de Juana cediéndole la regencia a su padre, por lo cual fue condenado al tormento.

También están bien perfilados los personajes que protagonizaron esa etapa de la historia de España, con ligeras licencias para hacerlos más cercanos y cálidos, como D. Juan Manuel, señor de Belmonte, noble de la máxima confianza de Felipe el Hermoso, el mismo Lope de Conchillos, Beatriz Galindo, profesora y, sobre todo, entrañable amiga y consejera de la reina Isabel; el duque de Alba, etc.

El ritmo narrativo es ágil y vivaz, sin la pesadez en que fácilmente podría caer un relato histórico. Las imágenes y la dirección artística son destacables, con escenas tan impactantes como la macabra procesión de la demenciada Juana con el féretro de su esposo, en la que cobra vida la magnífica pintura de Francisco Pradilla y Ortiz “Juana la Loca”, que puede contemplarse en el museo del Prado de Madrid. Los actores, principales y secundarios, están muy bien en sus respectivos papeles, los acercan al espectador y contribuyen a prestar dinamismo a la narración.

La película es agradable de ver y podría, incluso, constituir un buen material didáctico para aproximarse de forma amena a un período de la historia de España que fue el inestable puente entre el reinado de los Reyes Católicos y la subida al trono de su nieto Carlos I. Pero unas escenas de alcoba -que por otra parte no aportan absolutamente nada a la narración-, a pesar de no poder considerarse excesivamente explícitas, son suficientes para que el film no pueda dirigirse al público más joven y menos aún utilizarse como recurso en un aula.

 

 

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