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La Gallina Turuleca

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: Infantil

Turuleca es una gallina muy especial, cuyo aspecto desata las burlas del gallinero. Isabel, una exprofesora de música, hace que vaya a su granja. Allí, la gallina no solo demostrará que puede hablar sino que también canta fantásticamente.

Isabel, yaya millennial, maestra de música retirada, acoge generosamente a Turuleca. Gallina nulamente ponedora, posee otra virtudes. Habla y  canta. La voz de Eva Hache, asombrosamente, mejora considerablemente el asunto.  Vislumbramos que Turuleca es una gallina un tanto raquítica y desvencijada. Apunta maneras, incluso se marca una versión sui generis de La Macarena.

Su amiga Isabel, en el ínterin, sufre un estrepitoso coscorrón. El azar transforma a Turuleca en estrella de un circo en decadencia.  Sus habilidades para el canto incrementan sin cesar. Por nuestros oídos pasarán desde el Hola Don Pepito hasta continuos guiños al cine setentero y ochentero, a saber, Fiebre del sábado noche, E. T. o Regreso al futuro. Las ditirámbicas peripecias de nuestra simpática gallina, henchida de un exuberante flow, hipnotizan cualquier retina de cualquier edad. Discurriendo de la feria a la granja, de la granja al circo y de allí a la gran ciudad, asistimos a trepidantes carreras por las calles, a la liberación de la honorable anciana en el hospital y a un apoteósico final en la pista, esquivando las plurales trabas del villano de turno y su desleal esbirro. Nos hallamos, en definitiva, ante ochenta minutos de narración destilada y de resabio clásico.

La película de Monigote y Gondell realiza un ponderado y equilibrado homenaje a Gaby, Fofó y Miliki, los payasos de la tele. Conoceremos, también, al gallo Vicente, a los malos malosos, Tramas y Rudi o a toda la tropa circense, donde destaca Matías, sosías del Elliot spielbergiano. La hayamos pronunciado con C o con T, nuestra avecilla, finalmente madre, encandila, lo quieras o no. Relato fluido y agilísimo, el esbozo de personajes deviene magnífico, con un estilo patentemente deudor de  la animación tradicional, sin desmerecer la explícitamente digital. El resultado final es el de una película muy divertida, capaz de solazar, emocionar y, por momentos, entusiasmar.

La realidad de las gallinas ponedoras no se asemeja ni remotamente a la que aparece en nuestra historia. Prevalecen las gallinas hacinadas en pequeñas jaulas de alambre. Trabajadores/verdugos aplastando la cabeza de aves bebés y/o tirando gallinas vivas en bolsas de basura para sofocarlas. Además de sobreabundar, por supuesto, los cuerpos de gallinas muertas pudriéndose en las jaulas junto a las aves vivas. En ese sentido, las jaulas donde se amontonan las gallinas se disponen, en filas, en colosales cobertizos sin ventanas, en un área que puede equivaler a la de dos campos de fútbol. Cada ave pasa toda su vida en un espacio menor que el de una hoja de papel. En este extremo aislamiento, estas pobres criaturas de Dios, también, ni siquiera pueden desplegar las alas, ni mucho menos moverse sin pisar a otras gallinas o subirse sobre ellas.

Esta es, grosso modo, mayoritariamente, la sórdida industria del huevo (podrido). La vida de Turuleca, nunca mejor dicho, rara avis. En fin.

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