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La habitación de al lado

Crítica

Público recomendado: +18

Decía con acierto el maestro Orellana en su crítica de Madres Paralelas (2021), último largometraje de Pedro Almodóvar estrenado antes de la película que nos ocupa: «Hay dos cines de Almodóvar. El de las películas hechas desde el corazón, y el de las hechas desde la cabeza. En el corazón reside la autenticidad, y en la cabeza anidan las ideologías». Era de esperar que el film de Pedro sobre la eutanasia perteneciera a esa parte blanda y correosa de su filmografía, la del cerebro ideológico y ciego; algunas imágenes reproducidas por la prensa, sin embargo, así como León de Oro en Venecia o el hecho de que el manchego hubiera dado el salto definitivo a Hollywood en su primer largometraje en lengua inglesa con un mano a mano entre esas dos titanes de la interpretación que son Julianne Moore y Tilda Swinton —a quien ya había dirigido en el absolutamente genial cortometraje La voz humana (2021)— hacían albergar la esperanza de que hubiese ganado el corazón, al menos en parte. El visionado de The Room Next Door permite, desgraciadamente, corroborar la sospecha primera.

Dicho de otro modo, más claro: el arte es arte en tanto que gratuito; lo mejor del arte, recordaba hace unos días un afamado escultor, es que es inútil. Está ahí para ser visto; no entiende de taquillas ni de agendas. Por ello, por ejemplo, Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) o Dolor y gloria (2021), entre otras muchas, han contribuido a hacer de Almodóvar quien hoy es: uno de nuestros cineastas más relevantes, un autor de pura cepa, un creador original. Evidentemente, todo arte expresa una visión del mundo, y el mundo de Almodóvar es personalísimo, excéntrico, colorido y apasionado; acaso por ello mismo, cuando su cine es más del corazón, más puramente artístico, genera incluso en quienes estamos en las mismas antípodas de su cosmovisión preguntas legítimas, cuestiones arriesgadas que contribuyen a hacerlo aún más valioso.

No es este, desgraciadamente, el caso de La habitación de al lado; la cinta no genera pregunta alguna, porque todo en ella es respuesta prefabricada. Ni sus calculados y excelentes planos, ni su magistral uso narrativo y estético del color, ni la interpretación de Tilda y Julianne, ni la —como siempre— excelente partitura de Alberto Iglesias son suficiente envoltorio ni tienen la entidad necesaria para elevar a la categoría de arte un film vacuo, carente de otra visión del mundo que no sea la defensa panfletaria de la agenda política del momento, calentamiento global incluido. Quizás, sin embargo, sea más grave aún la manifiesta desconexión de Almodóvar con su público que el film pone de relieve en varias ocasiones. Así, por ejemplo, queda para el triste recuerdo el momento en el que el Kursaal entero, en la noche de su estreno en España en el Festival de San Sebastián —con la presencia del otro Pedro, el presidente, y previa recogida del Premio Donostia por parte del cineasta— estalló en una sonora carcajada al averiguar que Martha (Swinton) no ha cometido (aún) su planeado suicidio. El instante, como revela la música melodramática de Iglesias que lo acompaña, estaba calculado de otro modo, la reacción emocional del respetable fue justo la contraria a la pretendida. Como autor, es para hacérselo mirar.

Pero ni siquiera esa desvinculación manifiesta entre creador y respetable es lo más grave; lo que verdaderamente da miedo —un temor compartido por el propio director, si hacemos caso de sus recientes declaraciones— es que Almodóvar se haya quedado sin nada propio que decir, y su voz autoral ya no sea suya, sino solamente la voz de su amo —del otro Pedro, a quien el realizador rinde abnegada pleitesía, como nos quiso dejar claro a todos los que estábamos aquella noche en el Kursaal— o de no se sabe quién. Había mucho más Almodóvar, por ejemplo, en la ya citada La voz humana (a pesar de que el guion fuese del siempre genial Cocteau) que en este manual del ciudadano políticamente correcto, bien lejos de la profundidad antropológica con la que otras obras exhibidas en la sección Oficial del mismo festival de San Sebastián, como Los destellos (Pilar Palomero, 2023) o El último suspiro (Le derniére souflle, Constantin Costa-Gavras, 2024) han diseccionado el tema de la enfermedad terminal y el acompañamiento en la recta final de la vida. Ojalá vuelva Almodóvar, ojalá no deje que su cine siga estando secuestrado por las ideas de otros; ojalá no corra su arte, con este film, el mismo final que su malograda protagonista.

Rubén de la Prida

https://youtu.be/1GCACObFAFo?si=cove4oZK3qSVTrhz

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