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La isla de Bergman

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +18

A priori, podría sorprender que Mia Hansen-Løve le haya dedicado a Ingmar Bergman una suerte de película-homenaje. El cine de la danesa transmite una ligereza cotidiana que hace que sus filmes se sientan a menudo como una bocanada de aire fresco. Este era el caso, por ejemplo, de la muy celebrada El porvenir (L’Avenir, 2016) y algo análogo sucede, también, con la película que nos ocupa. Al igual que la filmografía de Bergman, la de Hansen-Løve está atravesada de afectos equívocos, dudas y errores vitales. Pero el modo en que uno y otra afrontan estas circunstancias no podría ser más distinto. Las películas de aquel están pobladas -salvo rarísimas excepciones como la familia de comediantes de El séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1957)- de personajes desgarrados, desesperados, atormentados; podría decirse, casi, que el propio Bergman los desprecia, se goza en su sufrimiento y en el hecho de mostrarlo. Mia Hansen- Løve, sin embargo, se sitúa en el extremo opuesto: la simpatía de la directora por los protagonistas de sus historias invade las relaciones entre ellos, y se percibe como una suerte de soporte inquebrantable capaz de superar cualquier imperfección, contradicción o fracaso.

Dicho lo cual: es indudable que la película de Hansen-Løve es una celebración del cine de Bergman. Se trata de una obra que dialoga con la filmografía del sueco en general -a través de innumerables guiños y referencias- y, en particular, con una de sus obras cumbre, Escenas de un matrimonio (Scener ur ett äktenskap, 1973). Así, por ejemplo, ya al comienzo de la cinta se menciona explícitamente que la cama en la que yacerán Chris (siempre impecable: Vicky Krieps) y Tony (fabuloso Tim Roth), una pareja de cineastas en una suerte de retiro creativo en la isla de Faro, es la misma en la que se rodó aquel film de Bergman. Por otra parte, la relación entre Chris y Tony, que parece a primera vista impecable, pero que conforme avanza el metraje muestra signos de erosión e incluso de infidelidad -cuanto menos fantaseada-, recuerda a la que sostienen Marianne (Liv Ullman) y Johan (Erland Josephson) en la cinta del sueco. Tony, por otra parte, bien podría haber heredado de Johan su extrema asertividad, su afectividad despegada, su humor lacónico.

El juego de espejos que establece La isla de Bergman, por así decirlo, “hacia afuera”, esto es, con la filmografía bergmaniana y en concreto con Escenas de un matrimonio, se complementa con otro juego paralelo hacia el interior mismo de la película. A través de una logradísima estrategia de puesta en abismo, de relato dentro del relato, se muestra el guion de la película que Chris está escribiendo y que decide narrar a Tony. A diferencia de este, el espectador puede visualizar lo que Chris tiene en su cabeza: una historia de amor infiel en la que -al modo de Bergman- la sexualidad tiene una fuerza trágica y desgarradora. Las transgresiones de la frontera entre ambos niveles del relato por algunos personajes (o por actores que interpretan en cada nivel a un personaje distinto), además de brillante a nivel formal, sugiere que Amy (Mia Wassikowaska), la protagonista de la historia escrita por Chris, es su propio trasunto. La evidente complejidad narrativa de este planteamiento, si bien requiere la presencia de un espectador activo al otro lado de la pantalla, no lastra, sin embargo, la ligereza de la propuesta de Hansen-Løve, lo que confirma su talento como una de las mejores directoras europeas del panorama cinematográfico contemporáneo.

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