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La isla del viento

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: Todos

Una pajarita de papel se convierte en el hilo que construye la historia de La isla del viento, el primer largometraje de ficción de Manuel Menchón (Málaga, 1977), director de cine que pertenece a una generación nacida ya en democracia.

En el Diccionario de la Real Academia Española el significado de la palabra “cocotología”, con esta definición: “Del fr. cocotte “pajarita de papel” y –logía, término acuñado por Miguel de Unamuno”. “Arte de hacer pajaritas de papel”. El nombre de Miguel de Unamuno (1864-1936) cobra vida en el relato de Menchón al detenerse en un episodio clave en su vida y en la historia de España: el acto celebrado en el Paraninfo de Universidad de Salamanca, el 12 de octubre de 1936, Día de la Raza. A pesar de la intensidad dramática de los hechos nadie hasta ahora los había recreado en imágenes.

Salamanca, octubre de 1936. Don Miguel de Unamuno sufre un nuevo enfrentamiento de los muchos que ha tenido durante su vida. En este caso en la Universidad de Salamanca con el general franquista Millán Astray. Este hecho le supone la destitución inmediata como profesor y el arresto domiciliario hasta el final de sus días.

También se ha acercado Menchón previamente al retrato lúcido de Miguel de Unamuno durante su exilio en Fuerteventura por su oposición a la dictadura de Primo de Rivera en 1924, donde experimenta una transformación interior importante. En la soledad existencial que vive, Unamuno intentará nuevamente escribir “Don Quijote en Fuerteventura”, obra deseada desde que viviera en la isla el exilio que mereció por sus críticas al dictador Primo de Rivera. Mientras escribe, inmersos en los pensamientos de Unamuno, recorremos con él su etapa en la Isla y entendemos el verdadero significado que tuvo en su vida. Cómo Don Quijote fue aplacado por las bondades de la gente y la dureza de un clima desconocido para él. Menchón viaja al terreno más íntimo y desconocido de Don Miguel de Unamuno, quien cobra vida gracias a la brillante interpretación de José Luis Gómez.

La imagen de Unamuno montado en un camello 1924 y otra imagen del escritor, sonriendo, con las manos atadas por una cuerda que lo unía a su compañero de destierro en Fuerteventura, el diputado Rodrigo Soriano. Un lugareño de Fuerteventura sostenía el extremo de la cuerda que encadenaba a  aquellos dos cautivos, en una escena que bien podría describirse como una parodia de los galeotes quijotescos. En las dos fotografías Unamuno no llevaba sombrero, a pesar del sol, calzaba unas alpargatas blancas y vestía su peculiar traje negro que le confería el aspecto de pastor protestante.

Unamuno pasará cuatro meses en Fuerteventura –del 10 de marzo al 9 de julio de 1924–. Sus vivencias en la isla y lo sucedido doce años después se enlazan en la película con la creación del personaje de Cala, una niña pobre e inteligente en Puerto Cabras, una joven que ha accedido a la educación, en Salamanca.

El escritor transformará Fuerteventura en un lugar mítico, en símbolo de lo más auténtico de España, de la vida y de la libertad. El escritor dedica la primera parte de su libro De Fuerteventura a París (París, 1925) a Ramón Castañeyra, de Puerto Cabras: “¡Ay, mi querido amigo, cuanto viva mi alma y en la forma que viviere, vivirá en ella, (…), esa bendita isla rocosa de Fuerteventura donde he vivido con ustedes, los nobles majoreros, y con el Dios de nuestra España los días más entrañables y más fecundos de mi vida de luchador por la verdad!”.

El gran actor de teatro y director de La Abadía José Luis Gómez da vida a Unamuno en una magistral e inolvidable interpretación. Alberto Centeno, el director de fotografía, capta la belleza de la luz y los paisajes isleños para convertirlos en un personaje esencial. Todo ello, –unido a la música, la dirección artística, los personajes secundarios que cumplan la función de dar la réplica al irascible y conmovedor Unamuno– nos demuestra que la creatividad, el trabajo en equipo, el empeño en contar una buena historia, no están reñidos con un bajo presupuesto.

A pesar de haber nacido en Bilbao, Unamuno, como una experiencia religiosa, descubre la mar en Fuerteventura, y llega “a una comunión mística con ella”. Si el 24 de mayo, contemplando el último retrato de su mujer escribe: “Eres tú, Concha mía, mi costumbre”, pues ella es su “baluarte”, su “más hondo consuelo”, a finales de junio escribirá: “Te has hecho ya, querida mar, costumbre”. Durante días, por la noche, Unamuno acudía a la costa “a ver si llegaba señal del barco francés que había de sacarme del confinamiento”. Y en un soneto del 25 de mayo leemos estos versos: “Ya como a propia esposa al fin te abrazo,/ ¡oh mar desnuda, corazón del mundo!”. En el barco, rumbo a Francia, recordará una carta de su “amigo del alma J. E. Crawford Flitch”, su traductor al inglés, que lo acompañó cuarenta días en la isla. Flitch hablaba de que ahora estaba regresando al “desierto de la civilización”, y sus palabras inspiran estos versos de Unamuno: “Un oasis me fuiste, isla bendita;/  la civilización es un desierto/ donde la fe con la verdad se irrita.”Con la ayuda M. H. Dumay, director de Le Quotidien, que había arreglado todos los detalles, Unamuno se había fugado de la isla. En un comentario escribe: “El día 9 nos evadimos y el 11 llegamos a Las Palmas, donde me reuní con mis hijos. Unos días antes, el 2 de julio, había llegado su amiga argentina Delfina Molina Vedia de Bastianini, mi amiga argentina, con su hija, y se fue el 6”.

Han pasado doce años de su destierro isleño. Es el 12 de octubre de 1936 y Unamuno, rector honorífico de la Universidad de Salamanca, sale de su casa para dirigirse al paraninfo de la Universidad, donde va a tener lugar un acto académico en conmemoración del Día de la Raza. En su bolsillo lleva una carta en la que la mujer del pastor protestante Aquilino Cocó, su amigo, le ruega que interceda por su esposo ante Franco. Para entonces, Unamuno, que había apoyado el golpe de estado militar, ya sabe que la misión de los golpistas no es defender la República, sino reprimir a sus oponentes. Ha sufrido el asesinato de queridos amigos como Casto Prieto Carrasco, alcalde republicano de Salamanca, y sabe que de nada sirve su intercesión con el generalísimo.

Unamuno siempre estuvo comprometido con la cuestión social. A finales del siglo XIX había ingresado en el PSOE y había escrito en publicaciones como La lucha de clases, de Bilbao. Cuando se proclamó la II República Unamuno es reconocido fuera y dentro de España como uno de los más grandes intelectuales. La República lo había nombrado “Ciudadano de Honor”. Pero Unamuno no se doblega ni se acomoda a las circunstancias. Abomina de los desmanes revolucionarios que condujeron a la quema de conventos. Critica la consideración de vascos y catalanes como nacionalidades oprimidas, lo que para él significa “envenenar la historia y falsearla”.

Conocemos lo que sucedió aquel 12 de octubre a partir de testimonios de testigos presenciales y de distintos estudios y análisis. En el estrado del paraninfo, se hallaba presidiendo la primera dama, Carmen Polo, pues su esposo se había convertido en Jefe de Estado hacía dos semanas. La sede oficial de Franco se ubicaba en el palacio arzobispal, cedido por monseñor Pla y Daniel, quien también ocupaba su puesto en el estrado, junto al general José Millán Astray, fundador de la Legión y responsable de la propaganda del Cuartel General del generalísimo Franco. Habló en primer lugar el decano de la Facultad de Filosofía y Letras, y a continuación el profesor Francisco Maldonado, quien se refirió a catalanes y vascos calificándolos, entre otras cosas, de “explotadores del hombre y del nombre español”. Unamuno sacó de su bolsillo un papel que desdobló –la carta de la mujer de Aquilino Cocó– y allí comenzó a anotar algunas  palabras. Después intervino, con un florido discurso, José María Pemán, intelectual invitado. No estaba previsto que Unamuno hablase pero, como él mismo dijo, le habían tirado de la lengua:

“Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. (…) Vencer no es convencer y hay que convencer sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión.

Y continuó hablando indignado por lo que se había dicho contra catalanes y vascos:

“Y yo, como sabéis nací en Bilbao, soy vasco y llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis. Eso sí es Imperio, el de la lengua española y no…”. Fue aquí cuando Millán Astray gritó: “¡Mueran los intelectuales!”; y también “¡Viva la muerte!”,  aunque el momento exacto varía según las versiones. En La isla del viento Manuel Menchón recrea admirablemente la tensión de la escena: “Os falta razón y derecho en la lucha. Es inútil pediros que penséis en España”, dice Unamuno, cuya exclamación “¡venceréis, pero no convenceréis!”, se hará famosa en todo el mundo.

Magnífica película e interpretación del grandísimo actor Jise Luus Gómez que merece la pena verse.

La Isla del Viento participó en la sección oficial del XXX Festival Internacional de Cine de Mar de Plata, en noviembre de 2015. Se proyectó en el Festival de Cine de Málaga de 2016, el 23 y el 25 de abril, en la sección Premier. Y en el Festival de Cinéma de Mémoire Commune de Nador ha obtenido el Premio al Mejor Guión de Largometraje, y la Mención Especial del Jurado Científico. La película se estrenará en salas comerciales el 18 de noviembre de 2016.

 

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