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La novelista

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +13

Decir de Hong Sang-soo, solamente, que es un cineasta, no le hace justicia ni a él ni a su cine. Si, según el pensador Gilles Deleuze, todo autor cinematográfico es, asimismo, un filósofo de las imágenes y los signos, Hong lo es en modo superlativo, explícito y honesto. Solo así se explica que la mayor parte de La novelista y su película consista en planos fijos, estáticos, de varios minutos de duración, en cada uno de los cuales se narran encuentros fortuitos -o intencionados con apariencia de accidentales- entre los distintos personajes. Fiel al resto de su filmografía, estos encuentros se caracterizan por los diálogos: las de Hong, como las de Rohmer o las de Linklater, son películas habladas que intentan, a través de su minimalismo, trascender el insondable misterio de las relaciones humanas.

En este caso, ocupa el centro de la puesta en escena y del argumento la novelista Jun-hee (Lee Hye-young) quien, a raíz de una visita intencionada a una amiga librera, acabará por encontrarse con la célebre actriz coreana Gil-soo (adorable Kim Min-hee), con la que resuelve filmar una película. El film de Hong tiene no poco de autobiográfico y de apología de sí mismo: es él quien habla, en varios momentos, por labios de Jun-hee, aportando su propia visión del arte cinematográfico. Y, posiblemente, de la vida, que es de hecho el interrogante que aletea de continuo en el trasfondo del cine del asiático: la pregunta acerca de cómo se puede vivir, la clásica cuestión filosófica de qué hace feliz al hombre. Como siempre –La novelista y su película no es una excepción- cada personaje está marcado por una posición ante la existencia, y es a través el suavísimo choque dialéctico entre las diferentes posturas como Hong va destilando su particular visión de un humanismo que tiene su centro en el afecto verdadero, fundamentalmente en aquel sostenido por las relaciones de amistad. No obstante, La novelista y la película marca una nueva sutil vuelta de tuerca en el cine del realizador surcoreano. Como siempre, se trata de un film enmarcado dentro de las categorías de cotidianeidad, austeridad y repetición que constituyen la base del estilo trascendental. En este caso, incluso, llevadas a un extremo que puede resultar próximo al aburrimiento. Todo es preparación, sin embargo, para la estasis del film: esa resolución que rompe los patrones mencionados, y que permite al espectador una mirada a la trascendencia. Una mirada que, en este caso, tiene toques metafílmicos y va acompañada de una sutil y auténtica alegría. Y aunque solo hubiera sido la intención de su autor llegar hasta ese punto, aunque el resto del film solo fuera andamio para conseguir elevar al espectador hacia la experiencia estética y humana de sus cinco últimos minutos, ellos, por sí mismos, justificarían el visionado -y la alabanza- de esta delicada cinta. Un pequeño tratado sobre la vida y el cine, coronado por una oda a la insospechada belleza que puede contener el alma humana.

Rubén de la Prida

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