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La número uno

Caratula de "La número uno"

Crítica

Público recomendado: Jóvenes

Emmanuelle Blachey es una brillante ingeniera que parece haber triunfado totalmente en la vida. Profesionalmente ha conseguido entrar en el comité ejecutivo de su empresa, el gigante francés de la energía. En el ámbito personal, está felizmente casada y es madre de tres hijos. Un día, un grupo de mujeres influyentes, encabezado por Adrienne Postel-Devaux, cuyo objetivo es la promoción y defensa de la causa de la mujer en las altas esferas, le propone apoyarla para conquistar la dirección de una de las más importantes empresas del CAC 40 (Siglas de «Cotation assistée en continu», el principal índice bursátil de la Bolsa de París). Pero ese territorio es todavía un feudo exclusivo de varones, que se lo van a poner muy difícil a esa mujer que jamás se había planteado la rivalidad entre sexos. A medida que va avanzando la acción, Emmanuelle va tomando conciencia de la amplitud de las maquinaciones y asechanzas que tratan de impedir que pueda lograr su objetivo. Ella creía que alcanzar la cima era una cuestión limpia, que debía ganar el mejor, «el número uno», fuera varón o mujer. Pero va a encontrarse con una lucha encarnizada por el poder, una guerra sin cuartel en la que se atropella sin piedad la dignidad y la vida de las personas.

Tonie Marshall adopta un punto de vista femenino para mostrar las dificultades de una mujer para acceder a puestos de responsabilidad en las grandes empresas, pero en realidad está tratando el tema universal de la ambición de poder. Los rivales de la historia hubieran podido ser varones frente a varones o mujeres frente a mujeres, y tal como ubica la acción en el ámbito de la economía, habría podido referirse a la política, a la prensa o a cualquier otro espacio en el que hubiera posibilidades de ascender. Marschall tiene además el acierto de no situar el foco de atención en asuntos empresariales y financieros, para centrarse exclusivamente en la entidad humana de los personajes, especialmente en la protagonista. Sus reflexiones en una playa solitaria y sus visitas a su padre en el hospital son como ventanas que nos permiten asomarnos a su interior. Emmanuelle parece muy segura de sí, pero tiene sus demonios interiores que la condicionan: el interrogante y el dolor dejados por la muerte de su madre.

La primera parte de la película se centra casi exclusivamente en los personajes femeninos, Emmanuelle Blachey por supuesto, pero también Véra y Claire, capitaneadas por Adrienne, feministas convencidas pero no propiamente hostiles; luchan por sus derechos pero sin ánimo de revanchismo. Su objetivo es que se haga justicia a la mujer y pueda ejercer sus derechos. En ningún caso se trata de una cruzada contra los varones, aunque si un hombre concreto, como Beaumel, se convierte en enemigo, hay que neutralizarlo sin miramientos.

La acción propiamente dicha arranca justamente cuando aparece en escena el tal Jean Beaumel, un intrigante sin escrúpulos, que hace gala de un repulsivo machismo «amable» y hasta casi paternalista y protector. Empiezan entonces las luchas, traiciones, golpes bajos…

Lo mejor de la película es el trabajo impecable de Emmanuelle Devos, magnífica en un personaje al que dota de toda la firmeza y la eficacia de un puesto de responsabilidad en los negocios, pero sin perder por ello su faceta de sensibilidad y humanidad. No es una mujer sedienta de triunfo, como le reprocha su padre, sino que su energía para medrar constituye ante todo un tributo a su madre, que jamás consiguió encontrar su lugar en la vida. Richard Berry está espléndido como el insidioso Beaumel, que produce tanto rechazo por sus malas artes, como admiración por su habilidad para el mal. Francine Bergé hace que su Adrienne respire autoridad sin casi necesidad de palabras. También muy bien el resto del elenco.

Tonie Marshall nos ofrece un thriller interesantísimo, una comedia elegante, una exaltación de los derechos de la mujer para acceder a ser «el número uno», dentro del marco que indica la misma protagonista cuando dice que quiere llegar a lo más alto por sus propios méritos, porque ella es capaz, es «la número uno», no por el hecho de ser mujer. Es una buena lección y un buen punto de reflexión para el feminismo absurdo que habla de cuotas en lugar de capacidades.

 

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