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La orilla

Caratula de "La orilla" (2015) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Tras pasar por el Festival de Málaga llega a nuestras pantallas desde Brasil una historia de la atracción entre dos amigos que han filmado y escrito Filipe Matzembacher y Marcio Reolon: La orilla, protagonizada por los jóvenes Mateus Almada y Maurício Barcellos.

Bien rodada y con un uso pausado en la narración que nos introduce paulatinamente en retazos del espacio interior de Martin (Mateus Almada) y Tomaz (Mauricio Barcellos) con miradas, gestos y diálogos cortos, que dicen “entre comillas”. Esto sucede en la convivencia de ambos jóvenes durante los días que van al sur de Brasil para arreglar un asunto de herencia que el padre de Martin ha encargado a su hijo.

En primeros planos, algunos de ellos con cámara al hombro, y distintos parlamentos entre los jóvenes y otros amigos con los que coinciden al final del viaje, Martin y Tomaz van desvelando su intimidad, sus heridas (los malos tratos del padre a Martin) y sus pulsiones internas, fruto de sus vivencias personales y familiares.

Todo se precipita cuando Martin descubre la atracción homosexual de su amigo en la contemplación de unos dibujos de Tomaz, postura que acoge con respeto y sensibilidad sobre el comportamiento de su amigo cuando este le desvela que ha tenido —y tiene— relaciones con varios hombres.

Lo que parece una acogida afectuosa sin reproches ni condenas sobre las opciones de su amigo, se transforma en un dejarse llevar de Martin (previamente se había acostado con una chica tras una fiesta) hacia la unión física con él (con imágenes en el tramo final del filme), que no atiende a otras consideraciones que la atracción, mientras que la amistad mutua parece servir de refuerzo y justificante.

Así, este parece ser el planteamiento principal que nos propone La orilla: dejarse llevar por la atracción que nos provocan determinadas personas para llegar a la unión física con ellas, solo con los límites de la voluntariedad y que sea compartida.

Este pansexualismo (uno de los personajes lo propondrá también como una opción) tiene los pies de barro, porque no existirían barreras familiares para practicarlo, por una parte; y, por otra, sería incompatible con el ejercicio —a veces trabajoso— de cuidar y apostar por la preferencia y tiempo que suscita y requiere un amor único.

Aunque el papel y la teoría lo aguanten todo, la realidad nos dice machaconamente lo contrario.

 

 

 

 

 

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