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La película de nuestra vida

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: todos

El director catalán Enrique Baró Ubach nos propone un experimento cinematográfico tan atrevido como entrañable con La película de nuestra vida, en el que mezcla filmaciones en blanco y negro realizadas con una vieja cámara con momentos actuales de un padre y dos hijos en la chalé de las vacaciones de siempre.

Baró, quien también hace el guion, constata su amor por la vivienda que sirvió  de descanso, reuniones familiares y juegos infantiles durante décadas, de la que ya no pueden disponer porque sus dueños la han vendido.

Rodaje dentro del rodaje en el lugar afectivo y lúdico para exponer la pasión cinematográfica de Baró, que se fue trenzando en el propio seno familiar, pues su padre en la vida real, Teodoro, quien interviene también en el filme, ya rodó en los 70 algunas películas, como Érase una vez y Las estaciones, y actuó en varias compañías teatrales amateur, como La nit de los tríbades, L’hort dels cirerers y Esperando a Godot.

Rodada en catalán con subtítulos en castellano, La historia de nuestra vida expone momentos cotidianos de los tres hombres: escurrir y tender la ropa, jugar en la piscina, ver viejas fotografías, quitar la mesa, rodar escenas para una película, escenificar las caídas de los “malos” en las viejas películas del oeste, de guerra y de aventuras… Estos retazos se van entretejiendo con otros cortes de filmes de reuniones familiares, en los que se percibía la alegría entre sus componentes, y donde los hijos actuales habían sido niños y ocupaban sus juegos con el fútbol o recorrer el perímetro de la casa veraniega con sus bicicletas, seguidos por la mirada de sus padres.

En el filme, también aparecen unas niñas en bañador, semejando a ninfas, que preparan y completan distintas composiciones ante el espectador, dándole al filme una nota sugerente muy poética.

Aunque en el metraje los tres personajes hablan sobre cuestiones muy sencillas y no dialogan sobre las emociones y los momentos vividos en el lugar, las imágenes son suficientemente explícitas para palpar que en aquella vivienda veraniega se dieron muchos ratos cotidianos de amor y felicidad compartida.

De esta forma, Baró desiste de intentar provocar una añoranza fácil en quienes vean La película de nuestra vida, y es posible que persiga que aquellos que la contemplen intenten hacer lo propio con su familia con el lenguaje del cine, el literario en sus distintas acepciones o en el musical, como también el director catalán lo plasma con la canción final de la cinta.

 

 

 

 

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