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La piel fría

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: adultos

El miedo a lo desconocido y a lo distinto coloniza nuestras entrañas y nos lleva a defendernos, muchas veces, a sangre y fuego. Metáfora de esto, con cierto trasfondo étnico y ecologista en el fondo y en la forma, es lo que nos propone el director de cine francés Xavier Gens (Hitman, The Divide…) en La piel fría, adaptación cinematográfica del libro del mismo título de Albert Sánchez Piñol.

Un irlandés (David Oakes: Los Borgia) se desplaza a una isla pérdida en barco para medir los vientos y otras magnitudes físicas de la zona. En el lugar vive en el faro un asilvestrado habitante (Ray Stevens: Divergente), que desecha la compañía. Cuando anochece, el irlandés se dispone a descansar cuando unos ruidos inhumanos asaltan su cabaña, acompañados de golpes y de intentos de entrar por la fuerza en ella.

Con el día, este decide irse a vivir con el intempestivo farero, que le acepta si el primero comparte con él su güisqui y otras vituallas, al tiempo que le desvela el significado de las extrañas criaturas que le atacaron. Pronto comprobará que cada noche estas (“carasapo”, las llama el farero) salen del mar a cientos y atacan el faro.

Con un sobresaliente uso del maquillaje, la actriz Aura Garrido (Stockholm, El Ministerio del tiempo…) se sometió durante el rodaje a ocho horas diarias para adquirir la fisonomía de una de estas criaturas erectas, en ocasiones, y en otras a cuatro extremidades para deambular por la isla. El farero la sometía a su antojo y la maltrataba.

La fotografía del Daniel Aranyo es impactante para reflejar los recovecos de la isla y la grandiosidad del mar que abate la plataforma rocosa, confiriendo al lugar la soledad que demanda la historia. Acompaña también a la historia, la banda sonora de los DJs Javier Reina y Albert Rousseau. Los efectos 3D de los ataques de los especímenes están muy conseguidos y la dirección de Xavier Gens saca partido a los actores, así como al resto de elementos que intervienen en el filme, dosificándolos durante el metraje.

En el papel del irlandés, Gens y los guionistas cristalizan la versión literaria de La piel fría para proponer la conveniencia de vencer los miedos ante lo desconocido. Será aquel quien se acerque pacientemente a la criatura esclava del farero para dispensarla detalles de apertura y afecto.

Esto aptitud de acogida etnio-ecológica choca en el guion con la propia actuación de la criatura con formas de mujer, quien tiene posibilidades de escapar de su situación (se mueve por la isla con libertad), y no lo hace, y con el salvajismo de los de su especie, que salen por la noche del mar para intentar destruir el faro y a sus habitantes.

Esta última cuestión sería el único “pero” que habría que destacar de La piel fría, una producción española muy digna del cine fantástico y de terror.

 

 

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