Crítica
Público recomendado: +18
La primera profecía es una precuela del clásico de 1976, La profecía, de Richard Donner. El film nos cuenta cómo el infame Damien, a los brazos de Gregroy Peck, al principio de la película original. Margaret (Nigel Tiger Free) es una joven enviada a Roma para trabajar en un orfanato femenino antes de ser ordenada cuando, como era de esperar, empiezan a pasar cosas raras.
La película está dirigida por Arkasha Stevenson, una cineasta que firma con esta su ópera prima que, dicho sea de paso, en ciertos momentos se desvía descaradamente hacía una especie de panfleto feminista por el empoderamiento de la mujer que, no nos engañemos, poco o nada tenía que ver con lo que habíamos ido a ver. De todos modos, es una evidencia que la visión que Stevenson ofrece de las religiosas no tiene nada que ver con la realidad. En La primera profecía las novicias son, como poco, truculentas; viven en un entorno de opresión (en este sentido, es muy significativo el momento en el que la hermana Luz es ataviada con los hábitos de monja), todas tienen cara de sospechosas, su cotidianidad es como poco, peculiar (una monja saltando en una cama elástica mientras da caladas a su cigarrillo), hay un secretismo implícito en casi cada decisión que se toma y por supuesto, cierta tendencia a la crueldad.
Dicho esto, y por más que la crítica generalizada esté ensalzando las virtudes de La primera profecía (que no digo yo que no las tenga), lo cierto es que, en términos estrictamente cinematográficos, el guion, por ejemplo, de la película de Stevenson, sobre todo en su primera mitad, se pierde en nimiedades. Es verdad que son detalles que enriquecen el contexto de la película, pero no se equivoquen, son solo eso, detalles, a los que, en mi opinión, se les dedica demasiada atención, por no hablar del tiempo que sus guionistas pierden en pistas falsas que hacia el final de la cinta se revelarán un callejón sin salida.
Ahora bien, y dicho todo esto, también es lícito reconocer algunas virtudes. La película tiene un diseño de producción absolutamente pasmoso. Su descenso a los turbulentos años 70 es envidiable, incluso a niveles de puesta en escena, con el uso de determinados recursos visuales. Los actores están en estado de gracia, con una Nigel Tiger Free que lleva el peso de la película con una entereza indiscutible perfectamente acompañada por Sonia Braga, Bill Nighy, la aparición estelar del siempre agradecido Charles Dance y, sobre todo, Ralph Ineson, increíblemente caracterizado como el padre Brennan gracias a su inesperado y sorprendente parecido con Patrick Troughton que lo interpretó en 1976.
Además, hay que reconocerlo, Stevenson tiene buenas ideas visuales. Sabe cómo sugerir cosas con la cámara y conoce los tiempos del suspense y el terror. Sabe dónde colocar la cámara y, sobre todo, sabe cómo y hacia dónde moverla. Flirtea con el fantástico puro y duro, fantaseando con un demonio en carne y hueso La última profecía, además de contener tres o cuatro sustos muy bien elaborados, es ante todo un film de atmosfera. Una atmósfera enrarecida muy ligada, eso sí, a un concepto de maldad demasiado simplón en el que su directora, obviamente, prefiere no escarbar. Así, La última profecía termina como un pintoresco episodio de lo que ocurrió antes de La profecía que, por si fuera poco, contradice sucesos de la saga original.
Ramón Monedero