Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors

La tragedia de Macbeth

Caratula de "La tragedia de Macbeth" (2021) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +13

Con la nueva adaptación de una de las obras inmortales de William Shakespeare, Macbeth, a manos de la mitad del tándem Coen, léase Joel, sucede como con el reciente remake de West Side Story dirigido por Steven Spielberg. Uno siente la tentación de cuestionarse si era necesaria una versión adicional o, cuanto menos, qué aporta de novedoso. La pregunta se vuelve aún más apremiante si se considera que tres titanes del séptimo arte, a saber, Orson Welles, Akira Kurosawa y Roman Polanski, ya llevaron a la gran pantalla la pieza del maestro inglés en Macbeth (1947), Trono de sangre (Kumonosu-jō, 1957) y Macbeth (1971), respectivamente. A esta magnífica tríada se debe añadir, de entre el resto de las adaptaciones, la épica y poética versión de Justin Kurzel estrenada en 2015, última anterior a la que ahora llega con cuentagotas a los cines -solo una sala la proyecta en toda la ciudad de Madrid-, apadrinada por Apple.

Respecto de si es una versión necesaria, se puede afirmar que, en cualquier caso, resulta oportuna, y ello por un triple motivo. Primero, porque siempre se agradece tener a Shakespeare invitado al cine, y más en una época irreflexiva como la nuestra: su profunda antropología hace bien al alma. Segundo, porque garantiza al respetable que el divorcio artístico de Joel y su hermano Ethan no supone en absoluto una merma en la pericia fílmica del primero, el único de los dos acreditado como director en no pocas de las películas anteriores del dúo. Y tercero porque, en efecto, el film sí aporta elementos de novedad que subrayan su valor.

La nueva versión de Coen presenta -de entre todas las mencionadas más arriba- una profunda sintonía con la de Welles, de tal modo que parece una versión corregida y depurada de la misma. Como ella -más aún que ella, incluso- The Tragedy of Macbeth es fiel hasta el extremo al texto de base a la par que profundamente teatral, hasta el punto de manifestar abiertamente y con frecuencia la autoconsciencia de su puesta en abismo, es decir, de su representación dentro de la representación. Y, sin embargo, nada hay aquí del barroquismo de Welles; antes al contrario, la puesta en escena de Coen -magníficamente fotografiada en blanco y negro por Bruno Delbonnel-, si bien toma de la de aquel el expresionismo de sombras, contraluces y claroscuros, se revela como profundamente austera. Otro tanto sucede con la banda sonora del genial Carter Burwell, que renuncia al color de trabajos anteriores para entregar una partitura minimalista, a base de graves y de percusión. La sobriedad del conjunto apuntala su elegancia y su casi ritual solemnidad, características que sintonizan perfectamente con el texto shakespeariano al que todos los elementos del film rinden pleitesía, sobre todo las interpretaciones de Denzel Washington y Frances McDormand, brillantes en sus gestos y exquisitos en sus interpretaciones orales. Ella, sin duda alguna, es la mejor Lady Macbeth que ha albergado la gran pantalla; asimismo insuperable resulta la bruja a la que da vida Kathryn Hunter con sus contorsiones imposibles, resumiendo en un solo personaje la tríada de la obra original.

A pesar de todo, de tanta maravilla y de tanto acierto innegable, se echa de menos la mordacidad de los guiones de Ethan, que acaso decidió renunciar al proyecto precisamente porque no vio cómo sazonar con su ironía el texto de Shakespeare. Y no sabe uno si decir: ¡los hermanos Coen han muerto, larga vida a Joel! O más bien desear que ambos regresen al tanto monta, monta tanto, que hizo de ellos una de las presencias más extraordinarias del cine norteamericano posmoderno.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad