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La trinchera infinita

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +18

En 1936, en un pueblo de Andalucía, Higinio Blanco (Antonio de la Torre) escapa de una redada y se esconde en su casa durante los tres años de guerra civil por miedo a las represiones.  Cuando el conflicto bélico llega a su fin, Higinio le pregunta a su mujer, Rosa (Belén Cuesta): “¿Se ha acabado?” La respuesta es tan absurda como el odio acumulado durante la confrontación: “ha acabado y no acabado”. Pues los ajustes de cuentas continúan: “Han fusilado al Enrique, al Andrés, al Quijo…”, afirma Rosa.  Higinio se convertirá así en un perenne topo y pasará los 30 años siguientes encerrado en su casa por miedo a que le maten.

Dirigida por el trío compuesto por Aitor Arregui, Jon Garaño y José María Goenaga, responsables de películas como Handia (2017), donde ya trabajaron los tres juntos, o Loreak (2014) y En 80 días (2010), ambas dirigidas por Garaño y Goenaga.

La idea de La trinchera infinita parte del documental Treinta años de oscuridad (2012) producido por Irusoin y la Claqueta, también responsables de la película, que cuenta la historia real de personas que tuvieron que permanecer como topos hasta la amnistía de 1969, treinta años después de que acabase la contienda.

La trinchera infinita muestra a las claras lo absurdo del odio acumulado, el despropósito de vivir varado en el pasado y el esperpento del miedo endémico y paralizante, que no conducen más que a la asfixia existencial, individual y colectiva. No deja de ser un gran drama, pero con momentos distendidos urdidos con destreza.

Todo el filme busca un fino equilibrio: desde las interpretaciones, a la música, la delicada dirección de fotografía, el cuidado diseño de sonido, la dirección de arte, el vestuario, etc. Mención especial a la interpretación de la pareja protagonista, apoyada en un trabajo de caracterización admirable. Afortunadamente, la historia se aleja del cansino, manido y vacío maniqueísmo sobre la guerra civil. Los personajes son reales, lo mismo que sus preocupaciones. El protagonista es capaz de reflexionar y exponer en voz alta su parte de culpa en los errores que han llevado a la confrontación social, sin por ello perder su dignidad, todo lo contrario.

Admirable plano final, donde el sol espléndido contrasta con el interior oscuro de la casa del hombre que odia, quien aparece sesgado, difuso y encerrado en un rencor del que es incapaz de escapar.

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