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La última bandera

Caratula de "La última bandera"

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes. Adultos

Hace tiempo que Linklater tocó techo. O eso dicen. En 2014 estrenó su proyecto más ambicioso, un rodaje que se extendió durante 12 años (adrede) y dio como resultado unas tres horas de cinta: Boyhood. El alarde técnico es intachable; Patricia Arquette y Ethan Hawke están soberbios; hasta ahí los buenos adjetivos. El supuesto naturalismo del que se alardea no es más que una acartonada vida, protagonizada por uno de los actores más sosos de la historia. En Dazed and Confused ocurre todo lo contrario. Esa adolescencia que describe y plasma en pantalla es totalmente verídica: gamberradas, novatadas, botellones, tugurios con billar, cervezas y “buen rollo”. A pesar de ser de sus primeras películas ya podemos calificarla como un auténtico punto alto. La filmografía de Linklater es una rara avis: de la trilogía de Antes del… a Una pandilla de pelotas, pasando por rarezas como Waking Life y La cinta. La presente película pertenece a la categoría de las rarezas como la mentada La cinta, Berni o Fast Food Nation. Sencillamente es extraña, uno lo siente durante la proyección de la misma; pero hay algo de reconfortante en ella, algo cercano al de los lúcidos diálogos de Céline  y Jesse. Una sensación de calidez que transmite y empatiza con el espectador. Una película poco valorada, pero mejor que Boyhood.

La trama nos presenta a dos veteranos de guerra que se dirigen al entierro del hijo de un tercer compañero de trincheras. El resto del film gira en torno al encuentro entre estos tres amigos. No es un remake, tampoco una secuela oficial. El fino hilo que la une con cinta original de Hal Ashby (El último deber, 1973) está ahí: adapta el mismo material de Darryl Ponicsan  y las conexiones son más que evidentes; pero al final es una película de Linklater, y ya sabemos los terrenos por donde nos quiere llevar. Aquí rompe con su discurso habitual: la adolescencia retratada en sus anteriores films no hace aquí su aparición, centrado más en la edad adulta. Los diálogos son más crudos, las reflexiones dadas por los personajes de Fisburne y Cranston son duras pero nunca caen en los tópicos de la negatividad. Carell, el solo, levanta el aspecto más cómico y lúcido, contraponiendo a los personajes anteriormente mencionados. El retrato psicológico casi no hace su aparición, tampoco la intención es aparente, sin embargo conocemos a sus personajes y llegamos a cogerles cariño.

La crítica antimilitarista y la visión de la muerte con los guiños cómicos propios de autor, así como la estructuración narrativa ayudan a que la película se consuma de forma rápida pero su poso sea eterno. Las actuaciones, como son costumbre en sus tres protagonistas, es monumental. Es una de esas películas en las que aparentemente no pasa nada, pero realmente está sucediendo algo muy importante: una parcelada y maravillosa parte de la vida, una visión adulta de unos adultos que no quieren serlo.

En resumen, una película maravillosa y llena de momento muy emotivos, totalmente natural y muy apegada a la realidad.

 

 

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