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La última película

Caratula de "La última película" (2021) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: Familiar

“Las historias se convierten en luz, la luz en películas y las películas en sueños”: Esta es la premisa que mueve a Samay, un niño de 9 años que vive en una aldea rural en la India, desde el momento en que sus padres le llevan al cine por primera vez y se queda totalmente prendado de la magia de las películas y la atmósfera de la sala.

En una aldea llamada Adtala, nuestro protagonista va a la escuela, se divierte con sus amigos y se dedica a vender té en la estación de tren, ayudando a su padre, que dirige un humilde puesto de comida. Todo cambia cuando sus padres le llevan al cine a ver la película del momento, una proyección acerca de la diosa Kali.

El director de origen indio Pan Nalin, autor de Samsara, Valley of Flowers, o 7 diosas, ha querido brindar un bonito homenaje al cine desde una versión autobiográfica, y ha querido plasmar lo que él sintió al descubrir el salón de cine. Para sellar más su impronta, el director quiso rodar la cinta en gujarati, su idioma natal, algo que aporta veracidad y frescura al relato. El resultado ha sido positivo, y así lo demuestra el premio obtenido de la Espiga de Oro en el Festival de Cine de Valladolid-Seminci 2021.

El cineasta describe cómo la emoción invade a Samay, tal y como le pasó a él, al sentarse en la sala de cine y contemplar no solo la película, sino también, y sobre todo, lo que envuelve todo el proceso de proyección: El niño siente que está en un lugar mágico, observa admirado cómo la luz juega un papel primordial en la pantalla y busca con su inquieta mirada de dónde procede la imagen.

Salvando las distancias, no podemos evitar acordarnos de Cinema Paradiso, todos conocemos la tierna historia de Totó, aquel niño italiano fascinado con las películas que se pasa las horas aprendiendo cómo funciona el sistema de proyección de la mano del operador, quien se convertirá en su gran amigo.

Aunque la historia de Totó y de Samay es prácticamente la misma, salvo pequeños matices de guión, las circunstancias geográficas y culturales cambian, y eso es precisamente lo que enriquece a esta conmovedora “última película” y la hace especial.

Como telón de fondo, el espectador podrá disfrutar de unos preciosos paisajes rurales en el corazón del país, donde Samay corretea de un sitio para otro andando, corriendo, en bici o en carro a través de las vías de tren.

Para nuestro pequeño indio, sus amigos son una pieza importante en su descubrimiento, pues será con ellos con quienes compartirá cada ilusionante hallazgo y ellos serán quienes le ayuden a desarrollar un sistema para reproducir historias, que luego probarán en una estación de tren abandonada, para los vecinos de la aldea.

Es una película emotiva, singular y tierna que realza valores como el entusiasmo, la inquietud, la vocación, la intuición, y también pone de relieve la importancia de los lazos afectivos en el seno familiar y de amistad.

 

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