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Las acacias

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

La mirada de un niño puede hacer cambiar la vida de un adulto, las miradas de los adultos pueden reabrir grietas en el alma para que de nuevo entre luz y vuelva a encenderse el gusto por vivir en cualquier momento y circunstancia. El único requisito es dejar entrar esa sorpresa en nosotros. En Las acacias, Pablo Giorgelli nos cuenta las consecuencias de este “atrevimiento” con el que ha ganado el premio a la mejor opera prima en el último festival de Cannes.

Giorgelli sabe ver y teje una historia de miradas y gestos en la cabina de un camión, en la que viajan Rubén (Germán de Silva), Jacinta (Hebe Duarte) y su hija Anahí (Nayra Calle Mamani), un bebé de ojos y sonrisa de Luna de san Juan. Madre e hija van a Buenos Aires al encuentro de la prima de Jacinta y con la promesa de conseguir un trabajo para sacar adelante a Anahí. Rubén, camionero con 30 años de oficio y solitario empedernido que no trata con su hijo desde hace ocho, ha accedido a sumar a su carga de madera la de ambas, tras sus primeras quejas por los previsibles contratiempos a los que les sometería el bebé.

Para Jacinta y Rubén, la niña tiene distinta carga emocional y urgencias de atención, pero Anahí les desmontará sus pretensiones y esquemas a pesar de su normal fragilidad y dependencia absolutas. A través de la niña se irán descubriendo mutuamente más en miradas y gestos que en las escuetas conversaciones que mantienen en la cabina, con el quejoso ronroneo de fondo del motor del camión y con el bamboleo del rosario en la luneta, atravesando el llano entre Paraguay y Argentina salpicado de arbustos, ranchitos y acacias.

Las miradas subrepticias entre los adultos, recogidas acertadamente en encuadres de primeros planos por el director y guionista Giorgelli, confieren a la película una tensión dramática en la que se aprecia el interés mutuo que se va despertando entre ambos con el devenir de los kilómetros y las necesarias paradas para comer y atender las necesidades cotidianas de Anahí. Así las escasas palabras (Jacinta se interesará por el ánimo de Rubén en dos preguntas consecutivas, tras ver cómo éste observaba a distancia una conversación de ella con un viajante ocasional con el que coinciden, junto con otros, en una parada para almorzar) adquieren una densidad significativa gracias a la destreza del director que muestra con imágenes donde sobran las palabras. Esto es, utiliza el lenguaje visual, propio del cine, evidenciando que muchas películas actuales son más teatro filmado que Séptimo Arte.

La sencillez de Las acacias lleva a la conmoción que no es inmediata, porque requiere que el espectador esté atento y se implique con la aparente banalidad de la historia, conecte con sus propias emociones y acompañe a los protagonistas en sus respectivos trayectos interiores. No hay más apoyaturas que uno mismo, pues a los escasos parlamentos se unen la ausencia de banda sonora y de planos generales de la naturaleza circundante.

Abrirse a que nos afecte de uno u otro modo lo que ocurre a nuestro alrededor es ejercicio necesario en época de saturación de interpretaciones e ideologías, porque conecta con nuestro “yo” más genuino, ese en el que hemos experimentado ocasionalmente la plenitud tan bien reconocida cuando vuelve a producirse y en la que rebrota como un ciclón el anhelo de infinito. Y en este camino, las ayudas hay que aprovecharlas aunque requieran algún trabajo: Las acacias es una de ellas.

Con un desembolso exiguo en la producción, se pueden realizar películas que llegan, repletas de sencillos momentos (otro más: la ofrenda del cigarro encendido de Rubén en un altar de carretera) que engrandecen el cine.

Todo tan insignificante puede convertirse un hecho descomunal en esta dinámica de gestos sin palabras, y así pareció vivirlo Giorgelli cuando responde a la actuación del bebé en su filme: “Estamos ante la presencia de un milagro. Nayra estuvo increíblemente conectada, yo creo que ella entendía un poco lo que estaba pasando. Yo había escrito casi todas sus escenas en el guión. La gran pregunta era cómo lograr que la bebé lo haga. Planeamos un poco el rodaje en base a los tiempos de ella; el resto es milagro”.

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