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Las Razones del Corazón

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Coproducida entre México y España, Las razones del corazón, devastador drama sobre la soledad, la descomposición familiar y el desarraigo, se presentó de manera oficial en el pasado Festival de Cine de San Sebastián (edición número 59) en la sección oficial, donde competía para alzarse con la Concha de Oro.

No en vano su director, el mexicano de 68 años Arturo Ripstein, ha tenido siempre éxito en Donostia; de hecho es un festival donde siempre se ha sentido cómodo puesto que le ha concedido dos Conchas de Oro (Principio y fin, 1994 y La perdición de los hombres, 2000 -también Fipresci-), y un Premio Especial del Jurado (El lugar sin límites, 1978). Es decir, cuatro filmes galardonados de tres hasta su desembarco este año. Pero en esta ocasión Las razones del corazón se fue de vacío, lo que ha provocado unas desafortunadas palabras del realizador, criticando con dureza a la dirección del Festival.

Rodada en Blanco y negro (“siempre he querido filmar así todas mis películas, pero los productores no me han dejado”, afirmaba Ripstein en el Festival), Las razones del corazón centra su mirada en Emilia, un ama de casa que vive por y para su amante, un músico cubano del que está totalmente enamorada, pero no es correspondida. Su marido y su hija no son tan culpables. A partir de ese momento la desesperación por no encontrar un momento de felicidad en su vida la hunde en su miseria hasta terminar torturada por sí misma.

Arturo Ripstein adapta libremente la novela Madame Bovary, del francés Gustave Flaubert, y traslada a la pantalla con acierto el realismo mágico que desprendía el literario. Para ello ha contado en la escritura del guión con Paz Alicia García, quien en San Sebastián aseguraba que “los diálogos tienen que ser más grandes que la vida misma”. Con estos mimbres se desarrolla, en una atmósfera agobiante y claustrofóbica, este retrato pesimista sobre la inseguridad del ser humano, de su fragilidad y de cómo afrontar los vaivenes del amor cuando la vida nos ha dado una bofetada.

Por otro lado tendríamos que examinar otro elemento interesante: la fracasada relación familiar entre la madre y la hija, que nunca encuentra el punto de inflexión, hasta el punto de que Emilia insiste a su hija que por favor “no me perdones nunca” por todo lo que te estoy haciendo. En este sentido, el cineasta se quiere recrear con la idea del suicidio entre matarratas caducados, un piso de80 metros cuadradoscasi vacío, sin limpiar, hasta abusar del modelo teatral que desarrollaban los grandes genios del cine que, como Hitchcock, cuando rodaban en blanco y negro, hacían obras de arte. Y todo esto sin contar con las referencias que Ripstein nos brinda a ser examinados a través de los reflejos del espejo roto, del vestido negro que anuncia un final espantoso -compartido entre marido y amante-, de la banda sonora con que arranca la película al compás de un tango argentino o el sonido de un saxofón sin notas optimistas.

Además, Ripstein se ha rodeado de un coro de personajes pesimistas que aportan peso a este duro drama y que se acompañan espléndidamente unos a otros, nos regala una cuidada y luminosa puesta en escena, el exquisito uso del encuadre, de sus suaves movimientos de cámara, de su peculiar modo de cerrar a los personajes con sus planos o del sabio oficio que tiene en la dirección de actores.

Arturo Ripstein, pues, confirma su talento en Las razones del corazón, aunque para ello tengamos que recordar dos cosas importantes: que la historia no es para espectadores profanos y que nunca podremos estar de acuerdo con el modo que tiene Ripstein de filmar el eje sobre el que gira el drama, sea por amor a la vida, o sea por respeto a la muerte.

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