Crítica:

Público recomendado : Adultos

Lejos de los hombres tiene una serie de particularidades que la hacen ser profundamente original y hermosamente clásica. Se trata de una road movie, pero también de un western y de un drama profundamente humano. Es una historia de amistad. De la amistad de dos hombres abocados a odiarse, a no encontrarse y que, sin embargo, la necesidad, la soledad, el camino, en definitiva, les hace quererse. Bellísima adaptación de un relato de Albert Camus, estamos ante de una de las películas más sugestivas del año.

La acción se retrotrae a la Argelia de 1954 en cuyos desiertos vive un profesor más ermitaño que anacoreta, que ha decidido vivir por y para un grupo de quince niños que acuden cada día a su escuela a aprender a leer. Nada más y ¡nada menos! Cuando un día la policía del territorio le impone custodiar a un hombre acusado de asesinato, él se verá obligado a tomar partido, lo que hará no sólo peligrar la vida de ambos sino que ambos se planteen el sentido que tiene para ellos la existencia.

A priori, la estética, adusta, minimalista, férrea, mantiene al espectador frío ante el durísimo drama al que se enfrentan ambos hombres. Sin embargo, a medida que avanza la historia, como ellos, el espectador entra en contacto con su humanidad y se ve obligado a tomar partido. Para ello, el trabajo actoral tanto del estadounidense-argentino Viggo Mortensen como del franco-argelino Reda Ketab es esencial. Son ellos, en toda su fragilidad y toda su fortaleza, los que convierten este relato en un festival de emociones con el que se emapatiza desde el minuto uno. Así, en medio de un terrible conflicto armado contra el que el propio relato arremete con obviedad, entre estos dos hombres abocados, sino a odiarse, sí a despreciarse, nace un descubrimiento, una admiración mutua en medio del vacío estético donde precisamente la humanidad de cada uno se refleja en toda su grandeza.

Premio Signis en el Festival de Venecia de 2014, Lejos de los hombres es una bellísima historia, parsimoniosa, contemplativa casi, pero muy primaria, sobre la belleza de una amistad, sobre que, a fin de cuenta, nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos.