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Llaman a la puerta

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

No es ningún secreto que algo ha cambiado en M. Night Shyamalan desde sus años dorados en Disney. Entre El sexto sentido y El bosque el director de origen indio dio lo mejor de sí mismo, rematando esta etapa con dos curiosos e interesantes volantazos comerciales, La joven del agua (Warner) y El incidente (Fox). Después llegaron Airbender. El último guerrero y After Earth, dos superproducciones de encargo que Shyamalan trató de hacer suyas y que únicamente tenían como objetivo demostrar que el director de El sexto sentido podía ser un cineasta taquillero. Cuando se evidenció que no era así, al menos en esas circunstancias, Shyamalan se hizo a un lado y se alejó y sospecho que se replanteó algunas cosas.

Dos años después M. Night Shyamalan reapareció con una estupenda serie de televisión Wayward Pines y La visita, una resultona cinta de terror de bajo presupuesto apadrinada por Blumhouse, la productora que, con sus defecto, es de las que más está haciendo por el cine de terror en estos momentos. Con ella Shyamlan estrenaría Múltiple y Glass. Mejores o peores lo cierto que el esta etapa con Blumhouse le sirvió a Shyamalan para acercarse a Universal (estudios que distribuyen los proyectos de Blumhouse) y producir así cintas con presupuestos algo más holgados, aunque, aun así, alejados de las cifras que llegó a manejar con Disney. Pues bien, fruto de esta última etapa son Tiempo y Llaman a la puerta.

No me voy a andar con rodeos, la mejor película de Shyamalan desde La visita no le llega a la suela de los zapatos de su era Disney, incluyendo La joven del agua y El incidente. Esto no quiere decir, no obstante, que Shyamalan ahora esté haciendo malas película, pero nada que ver con el riesgo (narrativo y dramático) e incluso la trascendencia (a veces implícitas) que nos proponían aquellas.

No obstante, hay que decir que Llaman a la puerta es quizá su mejor película desde La visita, aunque esta fuera más juguetona, aunque con menos pretensiones. Con la cinta que nos ocupa, Shyamalan parece haberse propuesto uno de sus habituales tour de force, esto es, darle la vuelta a un subgénero para ofrecer algo radicalmente distinto, un poco como hizo con El incidente. Si en aquella película Shyamalan se empeñó en hacer un largometraje de terror a plena luz del día y en exteriores, en Llaman a la puerta se ha propuesto ejecutar una Home Invasion radicalizando sus preceptos básicos en tanto, los atacantes, nunca podrán matar a ninguno de sus propietarios, pero uno de ellos tendrá que morir.

Llaman a la puerta arranca también con uno de esos puntos de partida tan del gusto del realizador, inverosímil, improbable, ingenuo y si me apuran, un punto delirante. Cuatro desconocidos entran en una casa con una perturbadora propuesta:  uno de sus habitantes tiene que sacrificar (ojo al término) al otro para evitar el Apocalipsis. Así, sin rodeos. Es más, cada negativa a ejecutar el citado sacrificio, provocará una plaga a nivel mundial.

Es imposible, ante semejante punto de partida, no remitirse a cuestiones bíblicas propias del Antiguo Testamento cuando Dios era una deidad (malentendida como) vengativa capaz de desatar, por poner un ejemplo, doce plagas en Egipto. Es más, en Llaman a la puerta hay una clara y explícita cita a los cuatro jinetes del apocalipsis, una evidente referencia al Antiguo Testamento, pero también una de sus referencias más versionadas y adulteradas por el arte en general. De hecho, los cuatro jinetes que se citan en Llaman a la puerta, aunque como alusión pueda funcionar, tiene detrás un simbolismo como poco, un tanto confuso. De hecho, esta artimaña argumental funciona mejor como recurso dramático muy del gusto del director, acostumbrado a situar en entornos cotidianos roles mitológicos, como ocurría en La joven del agua. Aquí los cuatro jinetes del apocalipsis son una cocinera, una enfermera, otro trabaja en una compañía de gas y el último entrenador. Hay vínculos sí, pero la cosa está cogida con hilos, no nos vamos a engañar.

Por otro lado, hay que reconocer que Shyamalan se muestra en esta cinta algo más arriesgado que a lo que nos tenía acostumbrados últimamente. En su etapa Disney el director de Señales maleó la puesta en escena hasta unos niveles casi inauditos pero a partir de La visita, por alguna razón, Shyamalan se volvió algo más rutinario. En este sentido, en Llaman a la puerta hay algunos detalles que recuerdan al Shyamalan más juguetón con la cámara, más arriesgado con la puesta en escena: una conversación desde el punto de vista de un espejo, la huida de Wen (Kristen Cui) en un plano secuencia donde la profundidad de campo (desenfocada) adquiere una importancia capital o ese plano final que revela el ánimo de sus personajes en función de cómo apagan y encienden la música que se puede escuchar en una emisora de radio.

Dicho todo esto, Llaman a la puerta es una película imperfecta y está lejos de ser redonda. Aunque arranca con firmeza se diluye conforme se aproxima al ecuador de la cinta para retomar el ritmo en su tercio final. Por si fuera poco, los flaskbacks, tan acostumbrado que nos tiene Shyamalan a que revelen detalles trascendentales del sentido mismo de la película, son aquí más superfluos que nunca. De hecho, Llaman a la puerta habría funcionado exactamente igual o mejor, sin esos regresos al pasado. De hecho, que una pareja de homosexuales sea la protagonista de esta historia, con una niña asiática adoptada, no es más que un guiño por parte del director a esa tendencia a normalizar una situación cada vez más extendida en Hollywood y no una cuestión decisiva en la narración de la historia. Si hubiera sido una pareja de heterosexuales todo podría haber funcionado exactamente igual o quizá mejor, porque así uno no habría tenido la sensación de que M. Night Shyamalan se está queriendo sumar a una corriente muy discutida, cuando no abiertamente enfrentada al catolicismo. Lo que no deja de tener su aquel viniendo de un director con una formación, en su niñez, en una escuela privada católica y con un cine, si no religioso, si trascendental, con la vista puesta siempre en la idea de que hay algo ahí arriba. Un cine, al final, con esperanza.

Ramón Monedero

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