Crítica:
Público recomendado: Jóvenes y adultos
Los descendientes es un drama tan profundamente humano, destila tantísima realidad que dejará a muchos clavados en la butaca. Cuenta la historia de un padre de familia que al mismo tiempo que lidia con el coma terminal de su mujer, descubre que ésta le era infiel mientras retoma la riendas algo enmarañadas de su familia.
La cinta ha ganado el Globo de Oro al mejor drama y se postula como una de las grandes favoritas a la edición de los Oscar de este año. Su director, Alexander Payne, realizador de filmes tan personales como Entre copas y A propósito de Schmidt, ha firmado una cinta única, la más redonda de su filmografía, pues huye de algunos de los tics más manidos de lo que viene denominándose cine independiente americano, aunque el género, como tal, no exista. Así pues, con Los descendientes, se aleja de sus cintas anteriores al evitar el forzoso juego de querer mostrar la complejidad de sus personajes mediantes enormes simplicidades o situaciones exageradamente forzadas. Aquí todo es de una sencillez tan pasmosa que roza lo corriente, convirtiendo sin embargo la historia en algo único. El equilibrio narrativo e interpretativo se convierte en algo natural, que vaga solo por una historia tan sencilla como compleja: la búsqueda del propio yo en medio de una nueva situación vital. Porque lo que de verdad engrandece una cinta que podría ser perfectamente menor es precisamente esa sutil barrera que separa el drama de la comedia, la risa del llanto, tan propia del día a día, del devenir de la propia vida. Payne consigue no sólo difuminarla en medio de un guión redondo, sino que consigue que ni se note. Así, el espectador, en cuestión de segundos pasará de la risa al llanto, de la melancolía a la euforia.
De la interpretación de Clooney ya se ha dicho casi todo. Cabe destacar que su estado de ensimismamiento constante ante los acontecimientos que le desbordan asombrará a la mayoría, de nuevo por su naturalismo. También el Hawaii que aparece en la cinta, tan alejado de las playas idílicas de rubias con daikiri o de los bombardeos de Pearl Harvour -las dos estampas cinematográficas más asociadas a la isla-, cobra una dimensión única. Su patetismo, sus nubes, sus playas desiertas, sus piscinas sucias no hacen sino sintonizar con ese paraíso interior, el de Clooney, que también se va desmoronando.
Por tanto, ¿qué tiene este dramón que ha sido capaz de tocar la fibra sensible de tantísimas personas sin caer, precisamente, en la sensiblería? ¿Qué hay en la naturalista interpretación de George Clooney que deja con el corazón en puño? ¿Qué tiene de verdad una historia que sucede en el Hawaii hipermodernizado y nada idílico del siglo XXI? La clave es sólo una, la autenticidad.
Puede decirse de Los descendientes que es una grandísima película, única en su especie, asociada a una nueva ola de cine minimalista y trascendente que viene a sugerir que el tipo de mundo que nos hemos construido se desmorona. Cómo abordar esta nueva exégesis es la clave del cine de hoy, del que no quiere saber nada de las palomitas ni de los efectos especiales, del que quiere decir algo. Y Los descendientes lo consigue. Aborda al espectador, le roba el corazón, lo hace suyo durante 110 minutos sin efectos lacrimógenos ni exceso de glucosa. Es perfecta en el sentido más amplio de la palabra. Es una de esas películas únicas.