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Los días que vendrán

Caratula de ""

Crítica

Público recomendado: Adultos

Vir y Lluís son novios y viven juntos desde hace un año. Ella es periodista y el abogado. Sus empleos son precarios pero les permiten salir adelante sin apuros. Lo cual incluye poder vivir en el centro de Barcelona, donde los alquileres son mucho más caros que en las zonas de la periferia. Vir tiene un retraso anormal en la regla y, algo inquieta, se hace un test de embarazo. Acostumbrados a hablar claro entre ellos y a tomar las decisiones en común, juntos van a comprobar el resultado, que resulta ser positivo.

Pasada la primera reacción de estupor, se plantean qué van a hacer, lo cual significa, ni más ni menos, que no saben si acoger al hijo que ya está en camino o van a provocar un aborto. Las dudas no provienen de una circunstancia especial conflictiva que supusiera una situación dificultosa. Sencillamente es que, en ese momento, parece que “no les viene bien”.

Esa frivolidad en decidir sobre la vida de un hijo define desde el principio de la historia a ambos personajes. Lluís, más propicio a dejar nacer a su hijo, no se atreve a definirse con claridad (o, tal vez, no sabe hacerlo). No dice nítidamente que “quiere” seguir con el embarazo, sino que su afirmación resulta bastante imprecisa: “Más bien no no-quiero”. Lo que prima es el rechazo al hijo y la voluntad de deshacerse de él, un “no-quiero” convertido en sustantivo sobre el que se puede afirmar o negar algo. Todo un galimatías semántico, reflejo del pensamiento líquido actual. Un pensamiento que no permite profundizar, que diluye los conceptos sólidos y razonados por otros “licuados”, más adaptables al momento concreto, sin fundamento, exigencia ni responsabilidad de ningún tipo.

Sin embargo, a partir del momento en que optan por continuar con la gestación, el protagonismo pasa de ellos a la criatura naciente. Sucede con Vir y Lluís lo que decía Gibran Jalil Gibran en El profeta: “En verdad, es la vida quien da la vida: mientras que vosotros, que os creéis ser donantes, no sois en realidad más que testigos”. La propia realidad del hijo, que va desarrollándose en el vientre de Vir, inunda la existencia de la pareja de ilusión, esperanza… problemas y desavenencias, y va señalándoles el camino.

La idea de esa película surgió cuando, en pleno rodaje de otra película de Marques-Marcet, David Verdaguer les anunció que su pareja, María Rodríguez Soto, estaba embarazada. Y decidieron iniciar un proyecto en el que, en palabras del director, “el cine y la vida no se copiasen el uno al otro, sino que fuesen de la mano, acompañándose”. Así empezó el experimento de un rodaje que se prolongaría a lo largo de nueve meses, siguiendo cada etapa, cada situación, cada conflicto de la gestación, hasta el parto y la lactancia del bebé.

Ambos protagonistas son humanamente muy endebles, sobre todo Vir, cuyo personaje, paradójicamente, está más elaborado. Hay momentos en que Lluís se acerca más a un secundario que a un co-protagonista y aun y así parece algo más equilibrado que ella. Los actores no se interpretan a sí mismos, ni es su misma realidad de pareja la que se muestra, pero tampoco podría decirse que estén totalmente ausentes de sus personajes. En el film, aparece, además, un documento excepcional, que es el vídeo del auténtico nacimiento de María. A lo que se añade el parto del hijo de Vir y Lluís (María y David). Por todo ello, hay momentos en que a uno le parece casi que se trata de un docudrama, pero no es así, es un relato de ficción, con un trabajo actoral soberbio. Al guion se le puede poner alguna pega, pero el conjunto es hermoso e impresionante, la historia atrapa y conmueve. La última escena, con el protagonismo de la jovencísima actriz Lupe Verdaguer Rodríguez, tan afanada en hacer por la vida, con la entrega confiada de quien se siente amado y acogido, es un canto a la misma vida y al gozo de vivir.

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