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Los Elfkins

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: Todos

Hay vida más allá de Soul, descomunal, sin duda. Pero durante los pasados meses de plan-demia resplandecieron cintas – El pequeño vampiro, Zapatos Rojos y los siete trolls, Trasto, El arco mágico, Mina y el mundo de los sueños, El jinete del dragón…- que confirman, si falta hacía, inevitable y afortunadamente, que existe vida – y mucha-  más allá de Disney, Pixar, DreamWorks o Illumination.

Bajo la diestra y aguda dirección de la directora alemana Ute von Münchow-Pohl – recuérdense las excelentes Cuervito Calcetín: La gran carrera o Rabitt School: Los guardianes del huevo de oro-, ahora arriban Los Elfkins, siempre viviendo bajo tierra. Incontaminados, ajenos y extraños al “pérfido” mundo  de los humanos. A la sazón, relatando abracadabrante travesía más allá de sus subterráneos hogares.

Durante más de dos centurias, los elfkins, unos simpáticos gnomos – que inevitablemente pueden recordar a Gnomeo y Julieta-, han vivido ocultos y ocultados, forasteros y ajenos al exterior, sin trato alguno con otros seres vivos. Hasta que una minúscula tropa de soliviantados mozos decide explorar, saturar su curiosidad y principiar imprevista y descacharrante aventura, venturosa y comprometida, allende sus felices moradas.

En ese sentido, la película retrata con grandísimo acierto el contraste, extremadamente maniqueo en su inicial planteamiento, entre un mundo idílico bajo tierra, aislado del mundanal ruido, y la urbe donde anidan los humanos. Sobre el asfalto de la gran y avasalladora gran ciudad aguardan tropecientos pasmos, no todos demasiados seductores.

Los Elfkins, una historia divertida, muy trepidante y bastante entrañable, con una protagonista, Helvi, que recuerda poderosamente a Arrietty, la joven protagonista de la portentosa cinta de Ghibli, Arrietty y el mundo de los diminutos. Acaudillados por la citada y peculiarísima Helvi –los personajes femeninos últimamente siempre son más decididos que los masculinos en este tipo de relatos, otra vez la tabarra del empoderamiento femenino–, tres gnomos ascienden hasta la superficie y entran en contacto con un pastelero, personaje clave de toda nuestra historia.

Los Elfkins, nuevo laurel de la maciza animación comercial europea – Ballerina o La casa mágica se aproximaron a cierto culmen – nos enseña que ambas especies, humanos y duendecillos, se proporcionan entre sí imprescindibles lecciones existenciales. Los pequeños duendecillos, que parecen elfos pero se encorajinan cantidad si les motejan de tal afrentosa manera, echan un cable al pastelero, vilmente reemplazado por la durísima competencia repostera, mientras que éste aprende algo de sensatez, prudencia y generosidad al tratar con nuestros afectuosos y majetones enanitos. En fin.

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