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Los Mitchell contra las máquinas

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: Todos

Película estrenada en plataformas

La rebelión de las máquinas deviene aterrador y escalofriante y verosímil escenario apocalíptico clásico en la ciencia ficción más distópica, tanto en la literaria como en la cinematográfica. Las máquinas capaces de inteligencia artificial se sublevarían contra sus creadores, la especie sapiens sapiens. El miedo a que las obras humanas se vuelvan contra sus creadores parece estar muy enraizado en el inconsciente colectivo, un miedo que Isaac Asimov dio a conocer como el Complejo de Frankenstein, evocando la colosal obra de Shelley, enraizada al fin y a la postre con la insurrección de Adán y Eva contra su Creador.

Rememoremos grandes obras de sediciones maquineras. Metrópolis de Lang/ Thea von Harbou. 2001 de Kubrick. Yo, robot, de Alex Proyas. Terminator, I y II de Cameron. La trilogía Matrix de las hermanas Wachovski. Tres excelentes series, Westworld, Futurama y Galáctica. ¿Y en animación cinematográfica? Hasta ahora la mejor revuelta cibernética,  sin duda Número 9, dirigida a la sazón por Shane Acker y producida por Tim Burton y Timur Bekmambetov. Estaba basada en el cortometraje homónimo nominado al Óscar, dirigido también por Acker. Y, ahora, hace escasos días, Número 9 destronada por la mejor del género: Los Mitchell contra las máquinas.

Prodigiosa opera prima del director Mike Rianda, el film cuenta entre sus productores con Phil Lord y Christopher Miller, responsables entre otros de dos joyitas: Lego, la película y Lluvia de albóndigas, el título con el que más se emparenta con el que ahora nos ocupa, sobre todo su agudísima relectura distópica. En Lluvia de albóndigas, el apocalipsis llegaba en forma de tormenta perfecta –perfectísima, diríamos- de comida basura. En La familia Mitchell contra las máquinas son los letales dispositivos electrónicos, tan cotidianos, liderados por una asistente personal inteligente, tipo Siri o Alexa , los que se rebelan contra una humanidad absolutamente idiotizada y alienada y zombificada por su feroz adicción a las pantallas de todo tipo y pelaje.

Hermosa canto a la familia, atrabiliaria y alocada, algo disfuncional pues, del estupendo estilo de la indeleble Pequeña Miss Sunshine. Sobreabundante amor familiar desplegado,  la futura estudiante de cine, Katie, será acompañada por toda su familia – chucho con aires porcinos incluido, un Monchi superlativo y un hermano devoto de los dinos – en un ruta coincidente en el tiempo y en el espacio con la antedicha insubordinación de los bots, hartos y hastiados con una humanidad que apenas ya da más de sí. Una humanidad irreversiblemente echada a perder. Sin sentido, sin propósito, sin un por qué profundo que la anime o vertebre.

Con su destartalado cuatro ruedas, toda una águila de hierro, además de la asonada de los cachivaches tecnológicos, sobresalen durante todo el metraje los intentos de un padre para volver a conectar con su hija. La huella de esa magnífica y bastante olvidada cinta, Goofy e hijo, impregna profundamente la presente. Obviemente, toda familia que se ama tiene sus propios retos.

Divertida, divertidísima, mordaz y jocosa, imaginativa y juguetona, irónica, deliciosa en todos los aspectos, sensible que no sensiblera, casi perfecta, Los Mitchell contra las máquinas, optando siempre por un enfoque más cartoon en lugar de esa discutible tendencia actual al hiperrealismo Pixar style , acontece brillante golosina cinematográfica, familia unida combatiendo y venciendo al poder oscuro en la sombra, tan actual y presente en nuestros tenebrosos tiempos de plan-demia, simbolizado todo ello en un tétrico rombo subyugador. Tan semejante y evocando masónicos compás y escuadra.

El arsenal de chacotas, desde aquellas anhelan ser desternillantes consiguiéndolo con creces, hasta otras que contagian una ternura sin comparación, deviene abrumador. La peli lo tiene todo, o casi, para atrapar al espectador que sigue fascinado el liberador itinerario, tan Joseph Campbell, de tamaña familia cuya misión, aparentemente imposible, de intentar salvar a la humanidad comienza a dar, poco a poco, jugosos y sustanciosos frutos.  Guerreros apocalípticos que salvan el mundo, pues.

En ese rocambolesco trayecto, con abigarrados y múltiples guiños cinéfilos, hay momentos más divertidos, otros en los que prevalece la emoción o el espectáculo visual, sin olvidar la necesidad de que realmente se sienta el peligro y al mismo tiempo funcione como eficaz entretenimiento familiar. Sencillamente lo tiene todo. Un goce de principio de fin, salvo leves, levísimos desajustes, donde todo – o casi todo –  funciona a las mil, diez mil, cien mil maravillas.

Salvo matices, de grana y oro. En fin.

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