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Luces de París

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes y adultos

Brigitte y Xavier se dedican a la ganadería en una granja en Normandía, al norte de Francia. La relación del matrimonio parece haber envejecido más deprisa que ellos mismos y ha llegado a ser casi más fraternal que de pareja. Los dos hijos han abandonado ya el hogar familiar, Xavier está totalmente centrado en su trabajo y ella se siente sola y poco valorada por su marido. Una fiesta de jóvenes en casa de unos vecinos y un muchacho encantador visiblemente atraído por Brigitte, son el detonante para que ésta decida hacer una escapa a París en busca de un poco de animación para su vida monótona y sin alicientes.

Fitoussi nos ofrece una visión moderna del mundo rural, con personajes que se desenvuelven cómodamente en la gran ciudad, bien formados profesionalmente, con una concepción innovadora y selectiva de la crianza de ganado y de la vida en el campo, wifi en la granja y sistema de control por ordenador… Es decir, el drama no lo desencadena un mundo más sugerente y prometedor frente a otro más cerrado, sino que se trata de la insatisfacción interior de una mujer que todavía tiene deseos de sentirse deseada, escuchada y amada, frente a un marido aburrido que no ve más allá de sus magníficas y premiadas vacas. Luces de París es una comedia agridulce, que habla de amor, pero de un amor aletargado por la rutina.

Aunque en sí misma la película no encierra ninguna intención moralista, las actitudes de los personajes y las consecuencias de sus decisiones constituyen una auténtica lección de sabiduría sobre las relaciones de pareja. Brigitte y Xavier no eran adúlteros, en el sentido de que la ficción, la mentira y el engaño no formaban parte de sus vidas, a pesar de haber tenido ambos sus deslices. Pero ninguno de los dos era realmente fiel al otro, si entendemos por fidelidad la voluntad de crear a cada instante aquello que prometieron en un instante de su vida: amarse siempre y en cualquier circunstancia. Sin duda Xavier y su esposa se seguían queriendo en el fondo, pero con el tiempo ambos habían abdicado de su compromiso de hacer feliz al otro. Su relación estaba marchita, no por el uso, sino justamente “por la falta de uso”, es decir, por la ausencia de una actitud comprometida y creativa respecto del otro.

Un matrimonio desgastado como el suyo no implica forzosamente que esté totalmente agotado, pero es innegable que resulta frustrante para ambos. Ante esa realidad uno –o los dos– puede reaccionar dejándose llevar de sus pasiones o apetencias para intentar llenar ese hueco de afectividad. Y ahí surge la escapada a París o la infidelidad. De ahí a la ruptura definitiva sólo hay un paso. Pero hay otro camino, que, curiosamente, sólo ve claro el ser más simple de la historia, el empleado de la granja, con la sabiduría profunda del hombre de campo, del ser que está en relación directa con la naturaleza. Él es el único que no se pierde en el análisis de los impulsos, de las insatisfacciones, ni en la búsqueda infértil e inútil de ofensas y culpabilidad. “Ella volverá porque le quiere de verdad”, le dice a Xavier. Lo mismo que le había dicho a Brigitte cuando era ella quien lloraba su ofensa.

Efectivamente, los problemas humanos sólo se solucionan por elevación. El mejor remedio para una agravio, un error o una debilidad es salir del propio egoísmo y esforzarse por comprender y disculpar al otro.   La única actitud que se ajusta a la verdad del hombre y que lo orienta hacia el equilibrio personal y de pareja es ser generoso y magnánimo, perdonar y amar, estar atento a los sentimientos del ser amado y comprometerse con su felicidad. Estar siempre dispuesto a volver a empezar.

Isabelle Huppert y Jean-Pierre Darroussin están magníficos en sus papeles, son capaces ellos solos de sacar adelante una historia amable aunque excesivamente previsible, suplen con creces las carencias de un guion realmente flojo y nos permiten pasar un rato agradable con una película que nos da también materia para reflexionar y dialogar.

 

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