Crítica
Público recomendado: +16
De los creadores de La Trinchera infinita, de Loreak y de la serie de T.V. Balenciaga, nos llega una de las películas más interesantes del año, por su factura técnica, por la inmensa interpretación de Eduard Fernández pero, sobre todo, por su valor desde un punto de vista antropológico. El equipo vasco capitaneado por Aitor Arregi y Jon Garaño, están forjando, poco a poco, como un buen puchero, una de las mejores filmografías del cine reciente.
Enric Marco Batlle fue un sindicalista español y Presidente de la asociación Amical de Mauthausen. En ella daban voz a los españoles que fueron deportados a Alemania y que estuvieron en el campo de concentración. Ahí, Enric dio charlas y conferencias sobre su supuesta vivencia como superviviente de los campos nazis. Más adelante, se descubrió que había falseado datos de su biografía: ni había sido deportado ni había estado en el campo de concentración de Flossenburg. Fue un escándalo mediático y social de gran envergadura.
En el personaje de Marco convergen muchos temas de gran actualidad y otros de enorme calado atemporal, como por ejemplo: ¿quiénes somos si no somos nuestros errores ni nuestros aciertos? ¿Cómo una mentira puede arrojar luz sobre la verdad? Y por último, pero no menos interesante, ¿puede una ideología concreta (una idea a la que decidimos entregar nuestra vida) alienarnos sin darnos ni cuenta? Estas grandes cuestiones se entremezclan con temas tan actuales como la salud mental (depresión, neurosis obsesiva; Una mente maravillosa) o cómo la Inteligencia Artificial puede distorsionar tanto la verdad (noticias fake) que no sepamos distinguir lo veraz de lo falseado. Interesante también cómo la verdad queda supeditada a la parte emotiva, a la forma del mensaje (pos verdad) y cómo son las dinámicas internas del sujeto, “su lucha” como dice Marco, lo que define el mensaje (la subjetividad del relato). Brutal la respuesta de una talentosa Nathalie Poza: – ¿Qué lucha?
Pero más allá de su etiquetación filosófica profundicemos un poco en su relación con la parte afectiva. Si no tenemos claro quiénes somos y andamos afectivamente perdidos, es fácil que depositemos nuestra esperanza, que entreguemos nuestra vida (nuestro tiempo y energía) más por necesidad afectiva que por seguir un atractivo, digamos ontológico/existencial; sin querer buscamos aquel camino que nos otorgue ese calor que da el reconocimiento y la pertenencia. En el caso de Marco, el respeto que obtiene de haber estado en los campos de concentración (dice él: impresiona cómo todos se giran al verte llegar) y la pertenencia de ser parte de los Deportados Españoles que estuvieron en lI2GM (hasta fue presidente de dicha Asociación).
Es interesante cómo la mentira de Marco nos arroja una verdad: la de cuestionarnos por qué hacemos/pensamos lo que creemos que nos constituye. Es una buena ocasión para ver cómo están nuestros cimientos afectivos e ideológicos. Pongamos otro ejemplo para ver cómo podríamos alienarnos con una idea: ¿se puede ser cristiano tan solo por interés (porque me aceptan en un grupo de personas, porque así no me siento solo, porque formo parte de algo)? Pienso en la película Cónclave que está a punto de estrenarse y en cómo la elección de un nuevo Papa se parece a una operación empresarial de negocios, con sus bandos, estrategias y astucias humanas. Es bueno recordar a Benedicto XVI cuando dice que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.
¿Dónde está la frontera entre defender una postura ideológica (o una creencia) y perder un mínimo de humanidad y ternura sobre el prójimo que piensa distinto de mí? La película Marco presenta una serie de capas que consiguen alcanzar temas universales al tiempo que, si nos medimos con sencillez, puede removernos por dentro. Interesante película para un cine fórum sobre cómo la ideología puede enmarañar la identidad del sujeto.
Es muy impactante cómo el propio Marco reduce su persona a seguir vinculado a esta idea de sí mismo (expectativa); le dice al historiador que haga un libro sobre su vida y que “es lo único que le queda”; por no hablar de cómo le roba el protagonismo a su nieto recién nacido o de cómo se pierde la hermosura de la vida familiar más cotidiana.
Desde un punto de vista meramente visual y narrativo, la película tiene dos partes muy definidas: divididas por el momento en que Enric es descubierto. La primera parte cuenta con posiciones de cámara en donde Enric queda siempre enfocado desde el otro (con personas en primer término, como definido por ellas: alumnos, revolucionarios o familiares que le escuchan). Por otro lado, en la segunda parte abundan planos más individualistas como el plano dorsal/semisubjetivo que nos muestra el peso que soporta en soledad el personaje. Interesante también el uso de la luz durante el metraje así como de los símbolos del espejo o movimientos de cámara hiperrealista o el gesto de incluir la claqueta al inicio de la película; los directores nos recuerdan que la ficción también puede ser vista como “mentira” pero que al mismo tiempo es canal para el descubrimiento de la verdad.
En fin, una poderosa e interesante película española de la que sentirse bien orgullosos. Amén de un estupendo antagonista que resulta ser también donde reside la esperanza: el historiador que descubre el secreto de Enric Marco. Eso sí, la película aunque no se hace pesada pues tiene un ritmo muy logrado, sí precisa de cierta capacidad de análisis para comprender bien su mensaje. Si pueden, no se la pierdan.
Carlos Aguilera Albesa