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María (y los demás)

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Nely Reguera presenta junto a Bárbara Lennie su primera película: María (y los demás), una comedia llena de vida que nos obliga a plantearnos si nuestro corazón está hecho para amar para siempre o si se conforma con sucedáneos.

Es fácil dejarse llevar por una historia sencilla cuando está contada con la frescura que imprime la directora catalana Nely Reguera a su ópera prima, María (y los demás). Anclada al misterio de lo cotidiano, la película se asoma durante unos meses a la vida de la protagonista, María –Bárbara Lennie, exhibiendo una naturalidad que desarma-. Con 35 años, y huérfana de madre desde que tenía 15, María es la responsable de los tres hermanos y la que cuida de su padre anciano. Por eso, cuando él se enamora de la que hasta entonces era su enfermera y anuncia que van a casarse, la vida de María da un bandazo.

Nely Reguera, a través de esta premisa tan aparentemente simple, arma una película que es tierna sin ser cursi, que apuesta por el humor sin necesidad de recurrir a chistes ni a histrionismos, humor que emerge de la calidez y simpatía que transpiran los personajes. Una película, además, que en su sencillez oculta una fértil profundidad, una perla escondida entre vetas de nácar. Ésta se configura a la manera de los directores místicos –del griego mystikós: encerrado, misterioso- de los que hablaba Belén Ester en un artículo reciente (http://www.cinemanet.info/2016/06/siete-directores-espirituales-cinco-misticos-un-ateo-y-un-catolico/).

Estos místicos contemporáneos son aquellos que, sin gozar del don de la fe –o precisamente por ello-, plantean con doloroso acierto las grandes preguntas inherentes al hombre. Una actitud que, en un plano más cotidiano, aparece un María (y los demás) en lo referente al amor. María es un personaje que vive en constante búsqueda, cuya alma ansía el Amor con mayúscula, el eterno, mientras su existencia retoza entre los espejismos que ofrece un modo de vida –el posmoderno- que ha rechazado la posibilidad de un amor para siempre.

Toda la película vuelve una y otra vez sobre esta tensión, desde la provocación de la boda de su padre a la insatisfacción de una relación de follamigos que no sacia su sed –hay alguna escena de sexo en el metraje, pero está rodada de lejos, como si la cámara quisiera mostrar con su distancia la frialdad del acto sexual desprovisto de la entrega del corazón-. Bárbara Lennie presta su rostro –todo ojos tristones y barbilla- a la causa de una María que se conmueve al ver un vestido de novia. Un personaje que nos interpela, que nos pregunta con su silencio si, tal vez, lo que ocurre es que estamos hechos para algo grande.

 

 

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