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Marlowe

Crítica

Público adecuado: +12

El director Neil Jordan, conocido por películas como Juego de lágrimas (1992) o Entrevista con el vampiro (1994), ha recuperado para el cine al mítico detective Philip Marlowe. Sin embargo, su película no se basa en ninguna de las novelas de su autor original, Raymond Chandler, sino en la más reciente Black-eyed Blonde, de Benjamin Black.

El detective Philip Marlowe recibe un encargo inusual: una mujer quiere encontrar a su amante, que ha desaparecido. Oficialmente el hombre ha muerto, pero Marlowe cree que es una tapadera, y pronto empezará a desentrañar una red de engaños, crimen y tráfico de drogas, con la industria del cine como telón de fondo.

El cine negro estadounidense de la década de los 40, revalorizado por la crítica francesa de los 50 (de ahí que a menudo se le denomine film noir), es un movimiento interesante en cuanto a que va a contracorriente del habitual tono optimista e idealista de Hollywood. Retrataban personajes que se dejaban llevar por su ambición y bajas pasiones, abocados a un destino fatal. Entre el puñado de obras maestras de ese período se encuentran algunas adaptaciones de novelas de Raymond Chandler (que también empezó a trabajar como guionista), incluyendo historias sobre su detective Philip Marlowe, cuyo rostro más icónico correspondería a Humphrey Bogart.

Aunque el género del film noir se ha mantenido latente en el cine americano y ha ofrecido alguna que otra película reseñable, Neil Jordan ha optado por el camino del pastiche de los años 40. Su Marlowe recrea los patrones narrativos y visuales del género en esa época, pero irremediablemente con una mirada posmoderna. Esto puede resultar estimulante para el espectador avezado en el género como un juego formal, pero al mismo tiempo establece una distancia con los sucesos mostrados y los personajes.

La película tiene una factura impecable, con un gran trabajo de fotografía, ambientación y música. El reparto es de campanillas, incluyendo un guiño al clásico moderno del cine negro El cartero siempre llama dos veces (Bob Rafelson, 1981), gracias a la presencia de Jessica Lange. La narración es algo enrevesada y en determinados momentos la trama puede ser difícil de seguir (aunque esta es una característica habitual en el cine negro clásico). También podemos encontrar un atisbo de reflexión meta-lingüística sobre la propia industria del cine.

En definitiva, nos encontramos ante una película con suficientes valores de puesta en escena y producción como para disfrutar de ella. Pero más allá del entretenimiento su alcance es corto, y se queda lejos de los grandes títulos del género que homenajea.

Federico Alba

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