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Más allá de las colinas

Más allá de las colinas

Público recomendado: Adultos

Se trata de una película sumamente extraña: extraña por su planteamiento, por el perfil de su público destinatario, por su duración y por su temática. Su director, Cristian Mungiu, ya impactó en la Europa occidental con la cinta sobre el aborto 4 meses, 3 semanas y 2 días (Mejor Película y al Mejor Director según la Academia de Cine Europeo en la vigésima edición de sus premios). Ahora se mete en otro polémico asunto, con la misma ambigüedad -maestra, por cierto- con la que gestionó el tema del aborto en la citada película. En un aislado monsaterio ortodoxo en Rumanía, Alina acaba de reunirse con su amiga Voichiţa, su amiga y compañera de orfanato. Alina tiene una obsesión enfermiza por Voichiţa, y no acepta que su amiga tenga ahora otras prioridades en la vida. Empieza a desarrollar conductas violentas, agresivas y blasfemas, con síntomas parecidos a la epilepsia. Llega un punto en que tanto las religiosas como el monje que las preside piensan que Alina está poseída por el Mal y que precisa de un rito exorcista.

La película por un lado muestra una incómoda realidad: muchos de los escándalos que saltan a la prensa, y que son tratados con sensacionalismo y falta de rigor -sobre todo si tienen que ver con la Iglesia-, esconden a menudo unos hechos que poco tienen que ver con la noticia que airean los medios. Muchas veces buena voluntad y sana intención se alían con la mala fortuna para terminar en un fatal e injusto desenlace. Es el caso de la comunidad monacal de esta película, cuya recta intención no les va a privar del horror de unas consecuencias no previstas ni tenidas en consideración. Esto ya fue tratado de forma muy hollywoodiense en La duda (John Patrick Shanley, 2009). En el ámbito profano, algo similar se analiza en Expiación (Joe Wright, 2010): las apariencias en ocasiones engañan, y de ellas se infieren cosas que poco tienen que ver con la realidad, a menudo difícil de explicar.

Pero con quien realmente emparenta este film es con El exorcismo de Emily Rose, de de Scott Derrickson (2005). No sólo por ciertas similitudes argumentales, sino por la contraposición que propone entre dos mundos: el religioso, pintado de cierto medievalismo premoderno, y el materialista que sólo hace cuentas con lo que se observa y se puede probar; dos mundos que conviven sin tocarse ni comprenderse. Cristian Mungiu no toma partido, y presenta los dos mundos con ambigua equidistancia. Ciertamente, la realidad religiosa que presenta le resulta un tanto distante al católico, tanto por la liturgia y espiritualidad ortodoxas como por su insistencia moralista en el pecado. También podemos comparar la deshumanización de un Estado individualista y cínico, con las motivaciones morales y caritativas de nuestros protagonistas.

El resultado es una película perpleja, interesante pero difícil de ver, casi más valiosa por su carácter documental que de ficción: es una ventana abierta a la religiosidad de la Rumanía profunda, a la vida rural del postcomunismo, a una comunidad remota que parece no haber sido contaminada ni por el socialismo real de Ceaucescu, ni por el neocapitalismo global.

Juan Orellana

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