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Medianeras

Caratula de "Medianeras" (2011) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Soledad en la ciudad. Soledad entre la muchedumbre ¿Les suena de otras películas? “Medianeras”, está vez en clave argentina de la mano del principiante en largometrajes Gustavo Taretto, aborda la necesidad del hombre de comunicar, de compartir, deseo que le constituye y para el que tampoco tiene solución definitiva la era digital.

A Mariana, nuestra “porteña” Pilar López de Ayala (convincente en su dicción argentina) la tiene atareada el escaparatismo. Con él y con sus fobias vive anhelando abrir su “jaula” para encontrar un nuevo amor. En un edificio cercano vive entregado en cuerpo y alma a Internet Martín (Javier Drolas), diseñador de páginas web y experto “chateador” y conseguidor de citas puntuales que, “cuando se producen, son como los anuncios del Big mac: más grandes y apetecibles en la publicidad que en la realidad”, dirá socarronamente. Por medio, las medianeras: espacios ciegos de edificios y metáfora de distancia insalvable entre los seres humanos.

Tras cerca de 40 premios recibidos por varios de sus cortos, el realizador y guionista se lanza al ruedo e intentar aportar alguna  solución que supere el sinsentido del vivir y estar abocado al malestar crónico en el que parece sustentarse el hombre, paliado levemente por ansiolíticos varios, un superficial estoicismo y una práctica rebajada de zen. La consecución del amor (Mariana persigue la búsqueda de Wally en una ciudad descomunal como Buenos Aires) será la llave milagrosa que abra al destino feliz.

Pero los mismos planteamientos de los que parten los personajes de Gustavo Taretto, su soledad por rupturas sentimentales, debiera servirle para profundizar en los resortes de la búsqueda humana y dirigirlos a otros planteamientos; o más bien a no restringirlos únicamente a la cuestión afectiva, que con ser nuclear, no llena nuestra necesidad de infinito, como evidencia ese malestar que nos ronda en muchos momentos y al que pretendemos neutralizar a base de Valium o de otros sucedáneos cuando nos parece que está desbocado.

Gustavo Taretto, como muchos otros cineastas, “creadores” y líderes de opinión en general, reproduce las bases de la cultura actual, cuyos principios son la reducción del ser humano a consumidor que debe satisfacer el apremio demandado por sus funciones e instintos; de necesidad de plenitud y sentido ni se habla o plantea porque es algo muy personal. Sólo cineastas como Terrence Malick se ha atrevido con “El árbol de la vida” a poner al hombre en “su sitio” y hablar del Creador que nos mantiene en el ser y nos cuida con su Providencia, aunque ésta no sea lo agradable que nos construimos en nuestros esquemas.

Técnicamente, el filme tiene momentos intensos de lenguaje visual, en el que la música, miradas y acciones desvelan el interior de los personajes sin necesidad de palabras (ya la dijo el maestro Hitchcock a sus colegas: lo que podemos mostrar con imágenes no hacerlo con palabras). Así, nos acercamos a los vaivenes de la intimidad de Mariana en sus gestos y posturas en las distintas interpretaciones a piano de su vecino, por citar un caso.

Sobrecoge lo banal de las relaciones sexuales –expuestas con discreción en la cinta- en las que Martín tiene que acudir a su estoicismo para no reclamar la atención de Inés, producto de una cita virtual, cuando ésta no para de responder a mensajes en su móvil en el momento en el que están juntos.

El montaje expone claramente los aspectos que quiere refrendar Taretto, a pesar de que en algunos momentos se ralentice excesivamente el ritmo, déficit que hay que achacar al guión, al cual se le podría haber sacado más partido si el director hubiera profundizado más en la condición humana que se ha hecho, se hace y se hará las mismas preguntas sobre su ser y su sentido del vivir. Abrir las medianeras, como hacen sus personajes, a mirar de otro modo la vida (y en esto estamos de acuerdo con Pilar López de Ayala en calificar el filme como “optimista” porque hay siempre una esperanza de que “algo pase”) incluye también dar la posibilidad a que en el horizonte humano cedamos espacio al Misterio que constituye todo. Taretto se ha adelantado a Benedicto XVI en esto pero el pontífice ha ido más allá en un discurso reciente al Bundestag alemán al pedir abrir ventanas a toda la realidad en el búnker en el que se ha convertido nuestra percepción actual de nosotros mismos y del cosmos.

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