Crítica
Público recomendado: +16
Película estrenada en plataformas
Con la pantalla en negro oímos lo que luego veremos, una cubierta de plástico pesa sobre enseres en un almacén. La retira Ghalib (Suvinder Vicky), un camionero que se describe a sí mismo a través de su profesión, porque «esto es lo que soy». Un cielo frío, plano, monocromático, clarea al fondo de los camioneros y trabajadores de carga. Un fondo azul que no abandona a Ghalib siquiera en el color de las paredes de su casa.
Aunque solo es conductor, Ghalib ha ayudado a cargar, se ha lastimado la espalda, y se ha tenido que ir a casa. Los peones responsables de la carga están de huelga, el jefe de la empresa de transportes lidia con morosos y huelguistas, y los conductores de los camiones, en el medio, empiezan a verse afectados: Dilbaug, compañero de Ghalib, es el primero en salir de la empresa.
Ghalib tiene, además, una deuda. Su mujer, Etali, ha muerto recientemente, y el consejo de la aldea donde se crio está mediando entre Ghalib, su cuñada y el suegro. Aquella es implacable: filmada en un primer plano casi frontal, rechaza las 200.000 rupias que el viudo les ofrece, y acuerdan que dentro de 30 días Ghalib, quien «tiene que responsabilizarse por lo que su mujer se hizo a sí misma», les presentará una nueva oferta.
«No queda nadie que escuche», le dice Dilbaug a su amigo a la mitad de la noche. Ghalib, el de gran dedicación, el de kilometraje más extenso de la empresa, el que hace horas extra, colabora, invierte todo su tiempo y esfuerzo en su trabajo, piensa lo mismo que su amigo. La virtud de escuchar se ha perdido. También el altruismo. Sabe y admite que aunque parezca lo contrario sus razones son egoístas: ese camión, ese trabajo, son lo único que le queda tras haber fallecido su esposa. No sabe vivir de otra manera, y parece convencido de que así es para todos los hombres. La amenaza que siente pender sobre sí, al día siguiente de la salida de su amigo de la empresa, tiene nombre y presencia: Pash (Lakshvir Saran), un joven novato de quien Ghalib debe ser ahora mentor a petición de su jefe. Con la probabilidad de que la siguiente generación, ignorante (el chico no tiene idea de quién es Sadam Hussein), impresionable (se descoloca bastante tras ver un muerto por primera vez), sea además sorda y egoísta, como cree el veterano conductor que son las demás.
Pero siempre hay alguien que escucha.
En el drama hindú Cuentakilómetros (Ivan Ayr, 2020) hay un cierto grado de lirismo que puede parecer que se aparta del tono austero de la cinta, dada la paleta de colores desgastados, la fotografía quieta, la ausencia de score musical. Para esta espectadora ese contraste es precisamente lo que la hace funcionar. Y es que en la resolución de un conflicto se resuelven todos, como si el testigo lo tomase otro más fuerte, y quizás menos solitario. Como si el peso fuese ahora problema de otro que ha decidido recibir el dolor y liberar a quien sucede (y es que por eso Ayr le da a sus personajes el oficio que les da). Ah, y está la lluvia, que al unir a dos personajes distantes, trae y se lleva la culpa en esta cinta sobria y hermosa acerca de aquello, bueno o malo, que damos a los demás o que nos quedamos para nosotros mismos.