Crítica
Público recomendado: +18
Francis Ford Coppola inscribió su nombre con letras de otro en la historia del cine hace ya tiempo, gracias a obras monumentales como la trilogía de El Padrino (1972, 1974 y 1990), Apocalypse Now (1979), La ley de la calle (1984) o Drácula de Bram Stoker (1992). Sin nada que demostrar, el viejo maestro se dedicó a su lucrativo negocio de viñedos y a disfrutar de su vida familiar. Sin embargo, una llama sin apagar latía en su interior: Megalópolis, un proyecto que intentó levantar sin éxito durante décadas. Ahora ha invertido su propia fortuna y se ha enfrentado a la maquinaria hollywoodiense para hacer su sueño realidad.
Megalópolis cuenta la historia de César Catilina, un visionario arquitecto capaz de manejar el tiempo, que planea construir un nuevo concepto de ciudad humanista. No tardarán en surgir aliados y enemigos movidos por distintos ideales y pasiones.
Cualquiera que vea Megalópolis entenderá que es un auténtico milagro que una película tan arriesgada y poco clasificable en los parámetros convencionales se estrene en cines comerciales. Su sola existencia es un acontecimiento a celebrar por los cinéfilos, independientemente de sus logros artísticos. La película es más una experiencia que una narración convencional, una especie de sueño lúcido fascinante de ver, aunque no todos sus recursos funcionen de la misma manera.
Coppola presenta su visión de la sociedad actual como un momento similar a la decadencia del Imperio Romano: un mundo injusto en el que la ambición, la vanidad y la búsqueda del placer conviven con la pobreza y el olvido de los más débiles. En ese contexto, es inevitable que surjan figuras populistas que manipulan a las masas, con métodos que siempre acaban por desembocar en la violencia.
Pero Coppola propone una alternativa positiva: una nueva megalópolis global que conceda alimento, educación y dignidad a todos por igual.
Las arrebatadoras ideas visuales y momentos álgidos se alternan con otras escenas resueltas de forma confusa o directamente chusca. Una máxima irregularidad que confiere a la película la posibilidad de fascinar a un espectador e irritar al de al lado. Apenas hay espacio para las medias tintas.
Y por encima de todo, la cuestión del tiempo, tema central en todo el cine de Coppola, la materia de la que está hecho el cine, y esta obra compendio gira en torno a esta cuestión. No son casuales las continuas referencias a películas clave del cine de todas las épocas.
Así pues, es difícil recomendar Megalópolis sin más. No es una película para todos. Pero si es usted un espectador con espíritu inquieto y sana curiosidad artística, no se la debería perder.
Federico Alba