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Melancolía

Caratula de "Melancolía" (2011) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

El siempre polémico director danés Lars von Trier, que ya ha dado sobradas muestras de su inestabilidad intelectual, con Melancolía da un paso más en el camino del nihilismo que emprendió ya hace años. Eso no quita que siempre en sus películas haya puntos de interés, pues su talento artístico también está sobradamente probado.

En Melancolía ha contado con un reparto excelente, encabezado por una espléndida Kirsten Dunst, a la que da la réplica impecablemente Charlotte Gainsbourg. Completan el elenco Kiefer Sutherland, Charlotte Rampling, John Hurt y Stellan Skarsgård, intérpretes todos de primera línea.

El argumento, que algunos califican de ciencia ficción, trata de dos hermanas -Justine y Claire- que se reúnen con motivo de la boda de la primera, una joven gravemente depresiva. Mientras tienen lugar los fastos de la boda, un nuevo planeta, llamado Melancholia, se acerca vertiginosamente a la Tierra con altas probabilidades de chocar contra ella.

La película es fundamentalmente filosófica, y presenta la melancolía -la depresión- como la respuesta lógica a la nada y al sin sentido que parece imperar en el universo. Este discurso está estructurado en dos partes, la primera se dedica a Justine, y la segunda a su hermana Claire. Justine ha perdido completamente las ganas de vivir, y el mismo día de su boda cae en un fuerte estado depresivo. Para ella, la posibilidad tan real de que en unas horas vaya a finalizar el mundo y desaparecer toda vida del firmamento, es algo casi liberador. “La vida en la tierra es malvada”, llega a decir para expresar su indiferencia ante el cataclismo final. Claire, casada y con un hijo, parece querer aferrarse a la vida, y cuida de su hermana y de los suyos con abnegación y constancia. La amenaza de Melancholia le produce pánico y angustia. Al final va a dar igual, porque el final del mundo arrasa como un tsunami a unos y a otros en lo que constituye la tesis del film: la muerte y la nada son la última palabra, por lo que todos los problemas humanos son insignificantes, irrelevantes y carecen de valor.

Desde un punto de vista narrativo, la película empieza por el final: asistimos al cataclismo final con unas imágenes que recuerdan las de El árbol de la vida de Malick, incluso en la partitura. La razón es pedagógica: una vez que sabemos cómo acaba todo, el espectador tiende a perder interés por todas las pequeñas historias que constituyen la boda que Von Trier nos relata a continuación. El espectador concluye que ante la implacable nada, los dramas humanos adoptan un carácter patético, y se contagia del amargo nihilismo que el director desea transmitir. Sólo hay un detalle minúsculo que abre una estrecha brecha en el monolítico conformismo resignado: justo antes del Desastre, la cínica e indiferente Justine, que siempre ha visto en el fin del mundo su liberación, no puede evitar las lágrimas mientras aferra a su hermana de la mano. Como si esa “solución final” no fuera lo que realmente desea el corazón humano, ni siquiera el más cínico, como el de Justine.

La cinta, que está rodada magistralmente, y que ofrece momentos de gran belleza, recuerda a Sacrificio de Tarkovski: un mismo arranque dramático para llegar a conclusiones opuestas. Si Lars von Trier desemboca en un ateísmo desencantado, Tarkovski ofrece un impactante testimonio de la intervención de Dios en la historia.

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