Crítica
Público recomendado: +16
Nacho G. Velilla puede no sonar a la mayoría del público, algo normal ya que no tiene el renombre de un Amenábar o de un Javier Fesser, pero eso no le ha impedido contar acertadamente en Menudas piezas una historia inspirada en hechos reales que mezcla bien drama y comedia y que, además, contiene una buena dosis de crítica a sectores y personas que, en mayor o menor medida, lo merecen.
Candela abandonó su hogar familiar hace tiempo para irse a dirigir un colegio de élite, lo que le permitió llevar una vida holgada sin escatimar en lujos como un coche caro, ropa de marca y vistosos complementos. Sin embargo, tras un traumático divorcio, pierde su trabajo y se ve obligada a volver al barrio del que salió y pedir ayuda a su hermana y su padre, esos a los que lleva años mirando por encima del hombro. Es hora de recolocar las piezas en el tablero, empezar de cero y buscar una segunda oportunidad. La única que encuentra es dar clases en su antiguo instituto a estudiantes con problemas de integración, y para encauzarles (y de paso ella misma recibir un buen baño de realidad) decide apostar por enseñarles ajedrez, una disciplina que su padre la inculcó a ella de pequeña. Quién sabe si sus enseñanzas pueden hacer llegar a esos “balas perdidas” más lejos de lo que jamás se habrían podido imaginar.
Hay películas españolas en las que, con unos diez minutos de visionado, sabes que no vas a poder sacar nada o casi nada en positivo, que se van a dedicar a insultar a todos los que no sean de cierto lado ideológico y que sentirás que has tirado a la basura el dinero de la entrada de cine. Pues bien, Menudas piezas no es, en absoluto, de esos filmes y supone una muy agradable sorpresa entre tanto largometraje fallido con mensajes típicos, tópicos y sin respeto alguno. Por cierto, excelente el título escogido para hacer el doble juego de palabras.
Para empezar Velilla, director y coguionista junto a dos guionistas más, no ha ahorrado en dar, como se dice hoy popularmente, “zascas” a unos y a otros, invitando así a dejar los prejuicios de lado. Ni los más pudientes se libran de su ración ni los más humildes de la suya, dejando claro que todos son criticables y que, a la vez, todos (o casi todos) tienen su lado positivo, sus dones y capacidad de redención. Recuerda mucho el asunto a Sister Act o a Mentes peligrosas, donde un profesor recién llegado se encontraba como pez fuera del agua ante alumnos conflictivos.
Sorprenden secuencias muy logradas como la del rap callejero o las clases prácticas de ajedrez en las que se masca la tensión que transmite una buena partida. Pero sin duda lo más llamativo y que más hay que agradecer es un impagable canto a la unidad familiar y, ¡sorpresa, a la vida!: esa adolescente embarazada por una vida sexual poco responsable pero tomando decisiones que conllevan madurez, inteligencia y amor por el no nato, quien merece tanto respeto y protección como los que ya llevamos aquí un tiempo.
Se puede criticar el duro lenguaje, poblado de blasfemias, pero también es verdad que es el que se habla en la calle y en los colegios, sean públicos o privados, reflejando así una realidad, aunque nos duela a muchos. También es llamativo lo mal parados que salen algunos padres, no así las madres, una vez más en línea con la ideología feminista mal entendida de los tiempos que vivimos, pero se puede perdonar porque el balance es, en general, muy positivo.
Queda así un filme que no es perfecto pero sí muy redondo y que supone una muy agradable sorpresa en el cine español, con actores muy metidos en sus papeles y mensajes que levantarán el ánimo del público.
Miguel Soria