Público recomendado: Jóvenes
Sencillamente, sin apenas llamar la atención, asistimos a un hecho sorprendente en el cine actual, como es contemplar la visión cristiana sobre la relación hombre-mujer -sin caer en la “moralina” o en el adoctrinamiento pacato- de la mano del director alemán Stefen C. Schaefer (Los fantasmas hambrientos de Michael Imperioli, La increíble historia de la Reina Raquela) en Mi último día sin ti, filme de bajo presupuesto y con una estupenda banda sonora, que trae a las pantallas la distribuidora European Dreams Factory.
Estrenada en el 2011, esta coproducción de Estados Unidos y Alemania que no cuenta con actores de relumbrón, narra el encuentro de Niklas (Ken Duken, Malditos bastardos), un ejecutivo alemán desplazado un día a Nueva York para cerrar la filial de su empresa en esa ciudad, y Leticia (Nicole Beharie), una recién independizada de su padre que compagina su trabajo con su verdadera pasión, el “jazz” y el “soul”.
Son sus canciones las que recorren esta cinta de encuentros y desencuentros, de alegrías y pérdidas, de ira y acogida…, en la que se plantean dos historias paralelas de amor. Las de los aludidos y la del padre de Leticia, P. Johnson (Reg E. Cathey, aquel férreo lugarteniente del alcalde de Baltimore en la monumental serie de televisión The wire –Bajo escucha) y pastor de una iglesia protestante, con Luz (Mariene Forte), una de sus feligresas. Del sustento humorístico y campechano se encarga Madhi (Laith Nakli), el dicharachero chófer de alquiler que recoge al alemán Niklas del aeropuerto y que estará a su disposición las, inicialmente, 12 horas que pasará el directivo en NYC para acometer el encargo de sus superiores.
Experto en números, Niklas comulga con la filosofía de su organización, por lo que para él es normal el encargo de su jefe de contemplar exclusivamente el balance económico de la compañía por encima de las personas, aún a pesar de que los responsables de la filial norteamericana proponen una bajada de sueldo general del 10 por ciento para evitar el despido masivo y mantener su apertura.
El filme, de corto presupuesto, navega vigorosamente gracias al velamen del un guión del propio Schaefer y Christoph Silber, porque dota de contenidos y naturalidad la mayor parte de los 90 minutos del metraje, sobre todo favorecido por la interpretación, las situaciones y los diálogos que encarna principalmente Nicole Beharie (American Violet), y propone una mirada cristiana sobre el amor entre hombre y mujer. Así Niklas y Leticia hacen el recorrido desde su posición personal vital, en la que, por parte del primero, queda refrendada la postura mayoritaria actual de realizar sexo a las primeras de cambio y olvidar sus componentes espiritual y emocional, que conlleva una relación íntima.
El contrapunto es el personaje de Leticia, a la que no es ajeno a este proceder habitual en las relaciones actuales, máxime cuando conoce a Niklas el mismo día en el que pierde su trabajo (hasta más tarde no se enterará que él es el responsable) y con él la independencia de su padre que había logrado recientemente (de la que pedirá explicaciones desgarradas a Dios en la iglesia de su padre y ante la comunidad presente), pero reconoce en su vivencia el bien a su persona aportados por el cristianismo –encarnado en su padre y otros amigos de la comundiad- y la extrañeza de compartir su intimidad con alguien que, aunque le gusta muchísimo, desconoce todo de él.
Apasionada por la música, su verdadera vocación, tampoco está dispuesta a acompañar a Niklas a Europa para probar con los contactos en la industria musical que tiene éste y de paso dar recorrido a su relación, porque es consciente de que para ella, una afroamericana, sus vínculos afectivos más potentes (fruto de años. Esto es nuclear para entenderse a sí misma) se hacen carne, huesos y cemento en su progenitor, en sus amigos y en el lugar en el que ha vivido desde niña.
Sin amaneramientos confesionales ni atajos morales, nos narra Schaefer este relato impropiamente calificado como romántico (los clichés actuales de este género se fundamentan casi exclusivamente en los sentimientos y en su conclusión inmediata, el contacto físico pleno) y al que agradecemos también que se aleje del doctrinalismo habitual de bastantes productos audiovisuales promovidos por las potentes iglesias protestantes de Estados Unidos.
Mi último día sin ti ata una brazada de factores vivenciales, relacionales, cognoscitivos y emocionales que rara vez quedan reflejados en su conjunto en este tipo de películas sobre el amor. La banda sonora y la interpretación notable de todos, y magnífica de la bellísima Nicole Beharie, completan y hacen imprescindible verla a partir de la adolescencia.
Enrique Chuvieco
Ficha técnica:
Estados Unidos- Alemania 2011
Director: Stefan C. Schaefer
Intépretes: Leticia (Nicole Beharie), Niklas (Ken Duken), P. Johnson (Reg E. Cathey), Luz (Marene Forte, Madhi (Laith Nakli), Dwayne (Lawrence Saint Victor)
Género: Drama romántico
Duración: 90 minutos