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Mis hijos

Caratula de "Mis hijos" (2014) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Eran Riklis (Israel, 1954) ha tomado la tradición del humor judío –dos milenios de exilio a las espaldas- para rodar esta película conmovedora sobre la amistad entre un joven judío y un árabe en Israel.

Tal vez el espectador no sepa que un 20% de los israelíes son árabes, que hay partidos árabes y que tienen representación parlamentaria. De aquí parte Riklis, de la realidad de los árabes en Israel y su convivencia con los judíos en un lugar marcado por el conflicto entre israelíes y palestinos y el terrorismo.

Basado en una novela del escritor árabe Sayed Kashua (Israel, 1975), este largometraje cuenta la historia de Eyad (Tawfeek Barhoom), un joven estudiante árabe cuyo talento le permite ganar una beca para estudiar en un internado de élite en Jerusalén. El conflicto surge, pues, de la convivencia del árabe con sus compañeros judíos y los conflictos de lenguaje, identidad y memoria que van surgiendo cuando el estudiante árabe se enamora de una chica judía y conoce a Jonathan –un joven judío israelí discapacitado al que da vida Michael Moshonov- y a Edna, su madre, encarnada por Yaël Abecassis.

Este largometraje comienza como una tragicomedia y termina como un drama. No se dejen llevar por las primeras impresiones. Los diálogos tienen momentos brillantes –la primera conversación entre Eyad y Jonathan, por ejemplo- y, junto a la fotografía, contribuyen a crear esa atmósfera minimalista que gusta a Riklis y que encontramos en “Zaytoun” (2014) y “Los limoneros” (2008). Desde el punto de vista cinematográfico, “Mis hijos” tiene momentos de una gran belleza. No dejen de admirar la luz del Oriente Medio. A veces, parece que uno podría tocar la piedra dorada de los edificios de Jerusalén.

Sin embargo, el director parte de una premisa: hay dos comunidades que han sufrido y sufren por igual y la salida al conflicto es el conocimiento y el respecto. Planteado así, el enfoque personal y empático de Riklis funciona muy bien y genera en el espectador esa sensación que se experimenta cuando uno ve buen cine. Es un pacto que uno debe aceptar si quiere salir preguntándose cómo es que no son capaces los judíos y los árabes israelíes de llevarse bien. Alguno quizás salga confuso por lo sencillo que sería resolver un conflicto de identidades entre dos comunidades que viven en el mismo estado, votan en las mismas elecciones y tienen la misma nacionalidad israelí.

He aquí la objeción al planteamiento argumental. El director da gran importancia al rechazo de parte de la sociedad judía israelí a los árabes de Israel. Sin embargo, no le da tanta a la propaganda dirigida desde las organizaciones terroristas de Gaza, Cisjordania, y el Líbano, entre otras, a los jóvenes árabes israelíes y palestinos. Ese adoctrinamiento perpetúa el ciclo de odio y los intentos de deslegitimación del Estado de Israel. En “Mis hijos” este aspecto apenas está presente. Sin él, el conflicto identitario que plantea Riklis queda algo incompleto.

No es una obra “propalestina” ni “proisraelí”. Creo que el director ha querido tomar el bando de quienes sufren en su vida cotidiana la exclusión, la incomprensión y el odio sea cual sea la comunidad a la que pertenecen. Echo de menos que en algún país árabe se haga una película en la que el director empatice con los judíos del modo que esta lo hace con los árabes, pero esto solo puede llevarnos a felicitar a Eran Riklis, no a condenarlo.

No dejen de verla.

 

 

 

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