Crítica
Público recomendado: +14
David Bowie ha sido de las figuras icónicas de la música del siglo XX. En los años 70, los años del glam rock vieron nacer estrellas del rock en los que el espectáculo musical se mezcló con el visual, y los cantantes como Bowie o Freedie Mercury y muchos otros concedieron tanta importancia al vestuario, al impacto escénico como a la música.
Bowie puede ser calificado como un artista total que ha cultivado todas las artes posibles: la música, el vídeo, cine, escultura, pintura. Mezcla de todo y siempre avanzando, tratando de no permanecer quieto nunca. Su vida ha sido la de un nómada permanente, tanto en su vida (con cambios de domicilio y de país, continuamente, sin tener una casa propia)
Y sin embargo, en España no alcanzó la relevancia que tuvo en Inglaterra, ni siquiera la que tuvo en otros países como Italia. Pero todo el mundo conoce a Bowie y un documental sobre él no podría faltar.
Muy largo, demasiado largo y hasta tedioso a veces. Es una exploración de su mente, de su carácter creador, del talento de un artista singular, polifacético y camaleónico. Hay al menos dos características que definen bien a Bowie y que se repiten: la búsqueda constante y la aceptación del caos y de la fragmentación de nuestro mundo.
Que Bowie ha estado siempre buscando es claro en su mera presencia física, desde la ambigüedad sexual de sus personajes escénicos a la extraordinaria versatilidad de su obra artística. Y más allá de la búsqueda artística, su búsqueda tiene rasgos de búsqueda existencial, de sentido: ¿Quién soy yo y qué papel juego en el Universo? Su pasión por la luna y el polvo de la luna y la vida espacial es una cara de esta cuestión que nunca ha dejado de intrigarle. Siempre ha prestado gran atención a la espiritualidad en su vida, pero siempre reconociéndola como algo difuso, ante la pregunta de si cree en Dios, duda, para afirmar que algo como una energía es el centro. Flirteo con las prácticas budistas y en general, una visión de los trascendente no como liberación, sanación, salvación, sino como ayuda para el bienestar.
Y la aceptación del caos y de la fragmentación es otra constante de su visión del mundo, no hay orden, pero debe haber algún sentido en tanta apariencia de divergencia.
Y con estas claves se ha hecho el documental, como si fueran una emanación de la mente de Bowie. En este caso, sus canciones se han puesto enteras, como si oyéramos un doble Lp en directo, se renuncia al relato cronológico desde la infancia para comenzar desde su personaje de Ziggy Stardust, y avanzar con él por su carrera, mientras que sobre las canciones se superponen centenares de imágenes de archivo, animaciones, entrevistas, experimentos sonoros, todo caóticamente cuidado para mostrar una mente compleja, que no descansa, que siempre avanza, a veces con el éxito mundial, a veces con la soledad del artista que sigue buscándose a sí mismo.
Todo ello tiene un relativo interés, pero no engancha no convence. Salvo los dos momentos estelares, (no los de Z. Stardust), sino su interpretación de los inmortales temas Heroes, y Let’s Dance. A los fans de Queen nos faltaría una mera referencia a su insustuible colaboración en Under pressure. Imagino que habrá sido tema de derechos de autor lo que ha imposibilitado la presencia de ese gancho tan potente. Que por otra parte, a un documental sobre alguien de su talla no le ha hecho falta.