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Nannerl, la hermana de Mozart

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público Recomendado: Jóvenes

Jené Féret, director de cine independiente, se afianza en la oportunidad de convertirse en un cineasta que, además de marchar contracorriente de la estética narrativa de las películas de la gran pantalla, levanta de entre las sombras un importante renglón de la historia que hasta ahora parecía oculto.

Féret crea y dirige esta película en la que se sirve de unos recursos cercanos, ya que trabaja con sus dos hijas (Marie Féret y Lisa Féret) en la caracterización de los personajes de Nannerl (hermana de Mozart) y Louise (hija del rey de Francia), y con su propia mujer como co-productora. La historia se revela como testimonio de su autor: la biografía de una irreconocida artista que sirvió de pilar para generar el talento de su hermano, se confunde con la realidad de una destacable y desconocida actriz, hija del director, que personifica su personaje con notable sinceridad y sencillez.

Féret nos traslada a la época del reinado de Luis XV de Francia, una sociedad refinada y exageradamente reglada y detallista, donde una familia trata de abrirse paso en el mundo exigente y distante de la corte real para demostrar los dones artísticos de sus dos hijos. Más allá de la trama musical en la que la hermana de Mozart pretende destacar como artista, se narra la lucha interna y rebelde que sufre la joven Nannerl, que oscila perdida a lo largo de la historia con la discordia entre la música (arte restringido para los hombres) y su feminidad (esos impulsos naturales en la pubertad y la inquietud para despertar en el amor, que comienza a sentir por el joven Delfín). La joven artista bloquea su identidad transformándose en un mozuelo para brindarse de la oportunidad de alcanzar el escalón superior al que no podría acceder ninguna mujer.

Es una historia narrada con la energía de una novela, es decir, detallista y ligeramente descriptiva, lo que genera una cierta sensación de lentitud y falta de ritmo. La luz es la que se encarga de perfilar la escena. Una luz natural, a veces sutil, que acentúa pieles suavemente maquilladas, perfectamente dibujadas en el contraste de la sombra, que simulan ser los retratos de los personajes de palacio que tanto conocemos de exposiciones de la época renacentista y del Barroco.

El director se sirve de la música de la compositora Marie-Jeanne Serero y de sutiles consejos del tan aclamado compositor nominado al Oscar: Gabriel Yared (El paciente inglés, Coco Chanel), para aportar a la banda sonora una femenina sutileza. Las notas musicales acompañan en la expresión del sentimiento de los personajes, como espejo del alma de sus personajes, y expone con tonos melodiosos lo que las palabras son incapaces de decir.

La obra pretende demostrar la imagen de la mujer reprendida que vuelca su valor en sacrificio y como fertilizante para la excelencia del otro, quedando ellas en un segundo plano por voluntad y elección propia. Finalmente, desde la estética clásica, sencilla y algo plana contemplamos la biografía de una gran mujer con un talento que podría haber traído mucho fruto al mundo del arte y que sin embargo, ha quedado retraída y aparcada tras la sombra de un genio.

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