Crítica:
Público recomendado: Adultos
Si Negociador es una comedia, desde luego se trata de humor negro. Inspirada en las negociaciones que el Gobierno mantuvo con ETA entre 2005 y 2006 –no entremos en si continúan o no- esta película de Borja Cobeaga (San Sebastián, 1977) tiene un género indefinido que recuerda, a veces, al cine del absurdo o a ese cine colombiano y argentino en el que uno no sabe si echarse a reír o a llorar según se va desenvolviendo la trama. En realidad, aquí la trama no es lo más importante. Lo significativo –como en el cine negro- es la atmósfera.
Cobeaga ya dirigió “Pagafantas” (2009) y “No controles” (2010) y fue coguionista en “Ocho apellidos vascos” (2014) así que tiene más que demostrado su talento para la comedia. Con esta cinta ha decidido hacer una incursión en la historia del terrorismo en España con una mirada original y desconcertante. Quizás el género que mejor la define es la tragicomedia. Se ha rodeado de un reparto de lujo encabezado por Ramón Barea (Manu Aranguren) y Joxean Bengoetxea (Jokin) a los que hay que añadir, por título propio, a Secun de la Rosa, que da vida a un camarero. No les cuento más para no quitarle la sorpresa.
Ustedes ya se pueden figurar el argumento. Todo gira en torno a un negociador, un terrorista y las negociaciones entre los terroristas y el gobierno. Los malentendidos, los imprevistos, los “accidentes” (así llamó el presidente Rodríguez Zapatero al atentado en la T4 de Madrid el 30 de diciembre de 2006) van jalonando los 80 minutos de esta película arriesgada. Se echa en falta una mirada algo más crítica sobre el proceso en sí, sobre su legitimidad y su significado profundo. Hay que recordar la referencia que se hace en Ocho Apellidos Vascos a las víctimas del terrorismo para comprender que, tal vez, hay algunas cuestiones en las que el director no ha querido entrar de lleno. Quizás el asunto era demasiado serio para tocarlo ahora.
Es una película que bebe del costumbrismo (el desayuno buffet, el propio hotel), pero no cae en los tópicos del cine costumbrista. No es una película “bonita”. No se recrea en fotografiar la belleza del País Vasco, como sí hizo, en otro registro, Julio Medem en 2003 con “La pelota vasca. La piel contra la piedra”. No es preciosista. En realidad, en esa naturalidad con que un terrorista puede hacer reír al público radica el gran desafío que lanza Cobeaga. En esta película vemos al negociador como un tipo amargado, triste, angustiado, mientras el terrorista parece, a menudo, más un gamberrete de instituto que un asesino con toda la historia de ETA a sus espaldas.
No sé si va a gustarles esta película. Quizás más que un riesgo haya sido una osadía. En el planteamiento argumental subyace una equiparación entre los terroristas y la democracia que me incomoda y, en algunos momentos, me indigna. No es por el humor –que es una forma de afrontar el horror- sino por la aparente equivalencia simbólica entre los terroristas y los demócratas. Tal vez la tragedia del terrorismo en España no merecía ser tratada de este modo… ni que los representantes de un gobierno democrático se sentasen a negociar con unos asesinos.
Pero eso es otra historia.