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Nuestros mejores años

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

Se entiende bien que Nuestros mejores años haya arrasado en la taquilla italiana. El argumento abarca unas cuatro décadas y está jalonado de hitos de la historia de Italia y del mundo desde comienzos de los ochenta hasta nuestros días. Se trata, por tanto, de un brindis a la nostalgia, una historia con la que a cualquier italiano (y, en menor medida, a cualquier europeo) entrado en la madurez le resultará fácil empatizar, porque podría haber sido la propia. Sería injusto no reconocer la habilidad del director Gabriele Muccino para explotar las vivencias de toda una generación en clave “Cuéntame”, o no poner en valor los numerosos aciertos de la película, incluidos algunos recursos metadiscursivos llenos de poesía. Resulta interesante, por otra parte, constatar la precisión con la que el “Himno al amor” recogido en la primera Carta a los Corintios resume la historia de amistad entre tres varones y una mujer narrada en la película. Las líneas paulinas constituyen una lectura habitual en las bodas en tanto que expresan el deseo de alcanzar mediante la vida matrimonial la visión del amor que en él se expone: El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1 Cor 13, 4-7). Rara vez, sin embargo, se oye glosar este pasaje bíblico en referencia a un amor distinto del conyugal. Parece como si Muccino hubiera querido hacer justicia al fragmento y exponer su validez, aún sin mencionarlo, más allá de los límites del eros y el agape matrimoniales.

No obstante, pesar de sus indudables valores, Nuestros mejores años resulta irregular por demasiado apasionada. Algunos momentos parecen sacados de un culebrón; otros, de un manual de autoayuda. Y la tónica general adolece de un optimismo idealista que puede resultar indigesto a según qué sensibilidades. En cualquier caso, se debe celebrar el estreno y triunfo de una película que consigue hablar de modo convincente de ese tipo de amor inmerecido y anárquico, que no se justifica por nada más que por la benevolencia hacia el amigo, y sin el cual se puede vivir como se vive sin arte o sin belleza. O sea, mal. Los casi cuarenta años durante los que se extiende la diégesis permiten a Muccino demostrar cómo lo que perdura en las cuatro biografías narradas, más allá de sus aciertos y sus fracasos, más allá de las marcadas diferencias en su devenir, es esa profunda recíproca simpatía, difícil de explicar racionalmente, pero capaz de sostener sus respectivas existencias.

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