Crítica
Público recomendado: + 16
Autumn y su prima Skilar, dos adolescentes muy unidas entre ellas, viven en una zona rural de Pensilvania. Autumn sospecha que está embarazada y decide abortar. Pero según las leyes del Estado de Pensilvania, necesita la autorización de sus padres. Así que, en secreto, con la única ayuda de Skilar, decide ir a Nueva York, donde no exigen consentimiento paterno.
Las dos chicas se embarcan en un viaje de sólo tres días, pero denso de tensiones y situaciones difíciles. Tienen que desenvolverse como personas adultas cuando apenas si han dejado del todo la niñez. Los largos trayectos en autobús, la gran ciudad desconocida, las dos noches mal durmiendo en salas de espera o en los asientos del metro constituyen el reflejo exterior del caos de incertidumbre y miedo que las invade por dentro.
La película rezuma dolor por todos los poros. La fotografía, la banda sonora que sustenta las escenas, en las que apenas pasa nada pero se sufre mucho, todo es triste y opresivo. Así ven ellas el mundo, así lo experimentan. Hay pocos diálogos, incluso entre las dos protagonistas. Sus gestos y sus miradas sustituyen las palabras. Hasta el momentáneo enfado y la forma silenciosa de pedir disculpas y perdonar, sin necesidad de lenguaje, todo muestra un profundo afecto entre las dos niñas, que es lo único positivo de la historia. Las dos jóvenes actrices que las encarnan, Sidney Flanigan y Talia Ryder, hacen un trabajo magnífico, se meten perfectamente en la piel de las adolescentes asustadas pero decididas.
Autumn no reacciona en absoluto al ver la imagen de su hijo en la ecografía ni al oír los latidos de su corazón. Se queda indiferente. No nota al niño como hijo, no hay en ella ni el más mínimo sentimiento de madre. Eliza Hittman no la juzga y el espectador tampoco. Sólo mueve a compasión. Es una chiquilla atrapada en una situación que se ve incapaz de gestionar y su instinto es huir. La única forma de escapar del todo, de salir corriendo sin mirar atrás, es que el embarazo deje de existir. Como sea.
Es como si se viera a sí misma invadida por una realidad ajena a su persona, que la tiene atada, con un cambio forzoso en su cuerpo que no le concierne y que rechaza. Autumn está sola, no tiene a nadie que la ayude a tomar conciencia de lo que le sucede y le proporcione elementos de juicio para discernir, que le abra caminos y posibilidades. Skylar está a su lado, para apoyarla en la decisión que tome, pero tan inmadura como ella e incapaz de formarse un criterio, solo está a su lado y la quiere.
El título, Never Rarely Sometimes Always, hace referencia a las respuestas múltiples de un cuestionario que le pasan a Autumn en el Centro de abortos de Nueva York. Las preguntas son muy delicadas puesto que van orientadas a descubrir si ha habido violencia o abuso en el origen del embarazo. Al principio vemos a Autumn desconcertada e incómoda, algo dubitativa; le cuesta responder, tiene que pararse a reflexionar, hasta que las lágrimas asoman a sus ojos. Sin embargo, no llega a perder el dominio de sí y al espectador le queda la duda sobre qué pudo haber sucedido en su triste vida.
En torno al drama de Autumn, Hittman hace mención de las distintas posturas ante el aborto, aunque están en la distancia, no llegan a influir sobre la joven. Ella las oye o las ve, pero no se siente aludida porque nadie se dirige personalmente a ella, a su drama concreto. En el primer Centro, la mujer que recibe su decisión de abortar, le dice casi de pasada, como una información general, que la mejor solución es llevar adelante la gestación y dar el niño en adopción. Más tarde, ante las puertas de la clínica de Nueva York, Autumn ve, sin fijar la atención, una manifestación en contra del aborto, con símbolos religiosos.
Como telón de fondo, la película deja entrever también la opresión del varón sobre las dos adolescentes: el padrastro de Autumn, personaje misterioso y suspecto, el chulito del Instituto, que se mofa de ella, el encargado del supermercado, que no atiende a sus razones, el exhibicionista del metro, que las hace huir del vagón, el joven que conocen en el autobús, que se aviene a ayudarlas a cambio de besos y caricias.
Una película muy bien hecha, con un buen guion, pero muy actual y tremendamente amarga, sobre la soledad de tantas adolescentes, perdidas entre un ambiente de frivolización del sexo, familias inmaduras y una sociedad indiferente. Sin duda, eso es América. ¿O tal vez Europa? Toda una llamada de atención.