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Ocho apellidos catalanes

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes y adultos

Era previsible y seguramente suceda lo que el director de cine Emilio Martínez Lázaro (Las 13 rosas, El otro lado de la cama, Los peores años de nuestra vida…) ha dicho sobre las dificultades para que Ocho apellidos catalanes supere los ocho millones de espectadores en taquilla que obtuvo el mayor éxito del cine español de todos los tiempos: Ocho apellidos vascos.

El plantel de artistas son los mismos de las primera entrega (Rovira, Lago, Elejalde, Machi y los dos amigos sevillanos del primero), a los que se unen Berto Romero y Rosa María Sarda. El efecto sorpresa de la primera no se repite, como era previsible, aunque esta vez la fuerza del tópico se desplaza a Cataluña.

Allí se van Rafa (Dani Rovira) y Koldo (Kerra Elejalde: También la lluvia, Tierra, Alas de mariposa…) cuando este último va a buscarle a Sevilla para decirle que su hija Amaya (Clara Lago: El viaje de Carol, Arena en los bolsillos, La cara oculta…) se casa con un catalán.

El subsodicho se llama Pau (Berto Romero: Tres bodas de más, Spanish movie, Anacleto…), un hipster (persona alternativa), artista y poeta que pretende empatizar con todo el mundo con buen “rollito” budista. Mostrará ese talante con Dani y Koldo a los que convencerá de que se sumen al tinglado (guiño a Good bye Lennin) que ha montado en su pueblo para su abuela (Rosa María Sardá: Moros y cristianos, El efecto mariposa, Caricias…): escenificar que Cataluña ha logrado la independencia y que él será protagonista del primer matrimonio, eso sí civil, (invalida la tradición defendida por la abuela cuando impide a los novios que yazcan juntos la noche anterior al enlace) en el nuevo Estado.

Como era de esperar el tono ligero de comedia impide abordar cuestiones más de fondo sobre el independentismo catalán —al que parece haberse adelantado el equipo de la cinta— que no convencerá a partidarios y contrarios al pronunciamiento separatista escenificado en las últimas semanas.

Dejando a un lado este enfoque, disfrutamos con buenos gags de las ocurrencias de Rafa y con las salidas hilarantes de Koldo, que mezcla sus “machadas” vascas con un talante sumiso cuando se enfrenta con su hija Amaya o con Merche; la extremeña le pone contundentemente los puntos sobre las ies.

La historia sufre bajones en algunos momentos de la estancia de los protagonistas en la masía de la abuela de Pau, lo cual la hace más vulnerable, comparativamente hablando, frente a Ocho apellidos vascos, más trepidante y sorprendente en el guion.

En definitiva, se disfruta la segunda parte de las peripecias de Rovira, Amaya, Koldo y Merche, con los añadidos expuestos, y solo queda saber cuántos espectadores que vieron la primera repetirán en las salas.

 

 

 

 

 

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