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Pavarotti

Caratula de "Pavarotti" (2019) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +13

Pavarotti es de los documentales que podemos catalogar de “épicos”, no porque su dirección o producción sea épica, sino porque su temática es “épica”. Según la Real Academia Española, épico también es “grandioso o fuera de lo común”. Y esta acepción encaja a la perfección con quien fue Pavarotti. Fue grandioso en cuanto a tamaño, qué duda cabe, pero sobre todo, grandioso en cuanto a sus logros artísticos y su celebridad mundial, su carisma, su poder de atracción. También es interesante esta palabra de “gran-dioso”, como si indicara que ya se hubiera traspasado un límite de lo humano y se encontrara en un estado semidivino. También podría decirse esto, sí, Pavarotti, porque algo de eso tienen los grandes artistas y especialmente los grandes cantantes, sean Freddy Mercury o Pavarotti. No será casualidad que grandes divos o “gran-diosos” de la ópera hayan buscado la compañía de otras estrellas de un campo paralelo, el del rock. Montserrat Caballé buscó a Freddy Mercury y Pavarotti se rodeó en muchas ocasiones de “his Friends”, grandes estrellas del rock.

El reconocimiento explícito de que Pavarotti fue consciente de haber recibido un regalo divino en su voz es de los aciertos más fundamentales, para entender qué esto de la música y el porqué de la celebridad mundial de algunos artistas. Es un reconocimiento popular implícito, oculto, como la perla escondida del Evangelio, de la grandeza y de la gratuidad de Dios.

El recorrido del documental por la vida de Pavarotti es fascinante, pero coincide con el de muchas otras estrellas (Amy, Whitney, Janis, por cita tres documentales recientes sobre divas del pop y del rock). Desde unos orígenes humildes, con mayor o menor influencia y apoyo familiar, un talento descomunal se hace visible. La ayuda de mánagers y representantes sirven para catalizar o catapultar sus carreras hasta alzarse al olimpo al que muy pocos mortales pueden llegar. Este lado del ascenso artístico, que engancha al espectador inmediatamente, es solo una parte. Sin el lado humano, el del hombre que hay dentro de la estrella, quedarían vacíos. Aquí radica el acierto de Howard. Pavarotti fue un hombre de una vitalidad asombrosa, de unas ganas de vivir y de agradecer el don de la vida maravilloso, disfrutón, simpático, generoso… Gran comilón, viajaba con su cocina italiana a todos los hoteles a los que llegaba; encantador con las mujeres, tuvo escarceos y amoríos con diversas mujeres, hasta el divorcio de su esposa, con la que había tenido tres hijas; logró ser más que un divo de la ópera, fue un icono de la cultura de masas y una fuerza comercial que desbordó los límites y fronteras del mundo y del negocio de la ópera.

El documental cuenta con docenas de entrevistas de muy alto nivel, por la cercanía: esposa, hijas, amantes, segunda esposa, como de sus grandes mánagers y otros artistas, como Bono (U2) o Plácido Domingo y Josep Carreras. Estos dos últimos aparecen, cómo no, para retratar uno de los logros más altos de la divulgación de la ópera: los conciertos de los Tres Tenores, que lograron una penetración sin precedentes de la ópera en todo el mundo y en todas las categorías sociales. La ópera, no lo olvidemos, es un arte complejo, que une teatro y música (se le llamó en sus orígenes teatro cantado) y cuyo entero disfrute suele estar ahogado por la mera adoración popular de los tenores, adoración que suele impedir la completa percepción de la totalidad de una obra. Las arias derrotan, en el gusto popular, a las obras completas. Pero esto es harina de otro costal.

Ron Howard, (director del musical sobre los Beatles Eight days a week, y de otros films como Apolo 13, Una mente maravillosa o El código Da Vinci), ha buscado un recorrido del personaje que, sin dejar nada de lado, es básicamente epidérmico, admite una lectura bastante políticamente correcta y no se adentra suficientemente en los conflictos. La perspectiva es por supuesto legítima, qué duda cabe, pero a una fuerza de la naturaleza como Pavarotti le resta potencial dramático. Acierta cuando escoge determinadas actuaciones de arias cantadas con Pavarotti, cuyos textos encajan con su estado anímico del momento, tratando de reflejar la peripecia vital de un hombre extraordinario. Pero deliberadamente presenta caras amables y lados buenistas donde hay más fondo del que parece. Cierto es que Ron Howard no es fan de la ópera y no ha pretendido ni le podríamos exigir un estudio serio de ópera; nos hubiéramos muerto del aburrimiento; la vitalidad de Pavarotti y su encanto se derrama en cada segundo del documental y el resultado engancha y pone de buen humor al espectador, a la vez que le introduce en algunos aspectos del duro y exigente arte de la ópera.

La crítica ha celebrado sus muchos logros y algún comentarista especializado ha insistido en que ha optado por buscar la historia aceptable para un público masivo, sin ahondar seriamente en muchas cuestiones centrales. Se le reprocha haber dejado de lado la seriedad del canto operístico, poniendo al mismo nivel la opinión de Bono, cantante de U2 que nada sabe de ópera, con las verdaderas exigencias de una buena interpretación operística; apenas se dice nada del artista caprichoso que canceló 26 de 41 actuaciones en la Ópera de Chicago; que apenas sabía leer una partitura, como el propio tenor reconoció, y como estas, muchas otras cosas pueden ayudar a entender al hombre, pero que dejarían un balance más equilibrado, menos buenista. Incluso su divorcio, esto es, el abandono de su esposa, es básicamente una historia normal en lo que lo destacable es que la sociedad italiana no estaba de acuerdo con su divorcio. Es un tipo de inversión al que ya nos hemos acostumbrado. En vez de ser malo abandonar a la esposa, si el que lo hace es un grande como Pavarotti, está bien y lo malo es que algunos no bendigan al que así se divorcia. Todo muy buenista, muy moderno, muy actual.

Podemos quedarnos con el tono vitalista y alegre de la cinta, con sus breves alusiones al conflicto del hombre interior; en definitiva, Howard nos ha entregado más la estrella que el hombre; y más el icono que el artista.

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