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Pepe el andaluz

Clásico imprescindible, puede verse en salas de media España gracias al periplo que se ha iniciado en los en el Cine Albéniz de Málaga. Después, recalará en el Matadero de Madrid ( J-17 Oct 20:30; V-18 Oct 20:30; S-19 20:00; V-25 22:30), en el Festival de óperas primas de. Majadahonda, en el Palacio de los Condes de Gabia (Granada), en el Miradas Doc. Guía de Isora (Islas Canarias), Hispanoscope (Bruselas), en el Festival Memoria de Cuernavaca (México), en el Spanisches FilmFest Berlin y en el Festival de Cine Español de Tübingen (Alemania), acabando en la sala La Rambleta de Valencia el 5 de diciembre.

LA ODISEA DEL PERDÓN               ★★★★★

Dos proteicos, fatigosos y vehementes lustros aguardan el advenimiento, dizque definitivo, de una incontestable obra maestra del celuloide patrio, tan patrio como ebrio, virando a sepia, pura emulsión de genio, rezumando dicha narración el mismo ritmo imperceptible, pero no menos luminiscente, que los cirios llorando su gota a gota: así, el sobreabundante talento del señor Alvarado. Sin duda, el recuerdo de ver esta prodigiosa historia épica sigue colocando, en cada una de nuestras retinas, reincidentemente tan estragadas, su titilante y azulenco frío de nostalgia, de vidriosa y furtiva nostalgia, al modo del tango homónimo del coloso Juan Carlos Cobián, que tan oportunamente fluye en el finisterre de este clásico del cine documental.  Entroncándose, por otra parte, por plurales y agónicos motivos, con portentos del género, verbigratia: Hombres de Arán, Récits d’Ellis Island o el imperecedero palimpsesto testimonial de Alain Resnais, Noche y Niebla.

Los deambulares, peripecias y zascandileos del abuelo de Alejandro, reseñado todo con mano y gracia gentílica, a través de su visionario y leal visor, nos aproximan a ciertas memorias – o desmemorias- familiares, las recordadas y, también, las olvidadas. Deliberadamente. O no. En esa fascinante búsqueda  de las piezas incógnitas del puzle, también se sube a bordo Concha, la codirectora de la película. Errancia, a la postre, que escuece, hiere, aflige, pero sobre todo libera. Es una liberación donde el perdón sobrevuela, como el águila imperial y expectante. Un perdón sin grandilocuencias farisaicas (Mt 23), ni dejes de impostura sobreactuada, ni falsarias beatitudes. Es un perdón sobrevenido después de asistir como espectadores a un fausto- y a asaz doloroso- vagabundeo órfico de su director. Buscando lo perdido, pidiendo y encontrando , llamando y abriéndose las puertas ( Mt 7,7), avanzando y retrocediendo, gustando de los veneros de la memoria y pactando con el olvido, aguda filigrana fílmíca y moral, gambeteando, a duras penas, con falsos recuerdos, voluntarias omisiones  y rematando la jugada, sin penal, con la perentoria exigencia de la humana necesidad de filiación: un engarce, estremecedor y penetrante, anudando los diversos eslabones que van conformando la acompasada sucesión de las generaciones.

Odisea de expiación, mucho más que ajuste de cuentas, Alvarado realiza en parte un milagroso prodigio: su película contiene a todas las demás, a la manera del Ocho y medio felliniano, y lo mismo que en esta magna película, Alejandro, además de las difusas huellas de su abuelo, también va indagando sobre la inspiración pérdida, semejante al mito de Orfeo; para ir aproximándose, paulatinamente, a territorios más quebradizos; descubriendo, a través de su viaje al pasado, los claroscuros del ser de cada uno de nosotros. Descenso a los infiernos, itinerancia hacia el mundo infernal, la construcción dramática de la película es abismal (Cristian Metz), para ir escarbando en la propia biografía más que en la de su antepasado, asumiendo la posibilidad de que aquello que con lo que va tropezándose puede que no le guste ni satisfaga. Sino más bien, todo lo contrario. Se va aceptando con estoicismo cualquier herida biográfica, lo mismo que el personaje de Taylor en El planeta de los simios. Buceando  Alejandro, junto a Concha, a través de medio mundo, por las aguas tantas veces turbias y procelosas y enredadas de los secretos familiares, en territorio vaporoso, entre el sueño y la vigilia, cual redivivo Segismundo, el cual sigue cuestionándose en la regia obra calderoniana si no sigue siendo todo un sueño; un viaje, desde luego, hacia el saber, a la manera del personaje compuesto por Ingrid Bergman en la fallida Recuerda de Hitckcock, considerando que uno no es jamás como creía ser.

Mirada esperanzadora la del realizador, prefiriendo no mirar hacia atrás, no vaya a ser  que pierda a su particular Eurídice (no olvidemos tampoco a la esposa de Lot: Gen 19,26), poseída su mirada por cierta ética pasoliniana, la investigación prosigue firme y afilada. Mirada también cosmopolita (desde las bellísimas tendillas cordobesas hasta Buenos Aires, pasando por Canadá, Colombia o Argelia), pero un cosmopolitismo que, en ningún momento está nunca reñido con un hondo sentido patriótico: patriotismo muy español (también muy andaluz), tierra de nuestros antepasados, ora escoria ora flor (Vicente Aleixandre). Mirada ajena al resentimiento(ese sublime instante donde la abuela María le indica a su nieto que le perdona todo a su eclipsado esposo), todo tan español, el director se interesa por este héroe, de conductas harto discutibles, donjuanescas en su mayor parte, para exhalar un perfume de intemperie, un hiriente espesor de desarraigo, recibiendo, de esa manera, la tentación apátrida, como Ulises también padeció varias tentaciones, apátridas o no: las sirenas, la aventura amorosa con Calipso o su emotivísima relación con Nausicaa, hija del rey de los feacios. O regresando aquel, finalmente, a Ítaca,  su patria, apenas reconocido por su hijo y su perro ( genial hallazgo el del cementerio canino de la tía del protagonista), desvaneciéndose poco a poco Penélope ( esa gloriosa máquina de coser que subraya lo sabido; esos fotogramas unidos que se van separando), para acabar constatando el pavoroso absurdo de las guerras, las Troyas inútiles (Los cuentos de la luna pálida) como nuestra incivil guerra entre españoles, rememorando, mientras vemos, observamos, disfrutamos el documental, en feliz expresión de Julián Marías, “  a los injustamente vencedores y  los justamente vencidos”: ¿ quién es, en esta ocasión el aqueo, Alejandro? (O como lo expresa de otra manera Benito Lertxundi : nolaherri bakoitzak /bere defuntuak /lurperatu ohi dituen, cada pueblo bien enterrando a sus muertos).

Arraigado en el Rey de Ítaca, fortalecido con las desventuras de Orfeo, asumiendo el papel de un simpático don Juan ( pero sin poder desdeñar las consecuencias de los libertinos del XVIII, magníficamente radiografiados en el Saló de Pasolini: tan cerca del fascismo moral, corolario inevitable del atroz liberalismo sexual), Pepe, el abuelo de Alejandro, tal vez sin pretenderlo, va realizando un descomunal recorrido edípico: llegar a saber, verdaderamente, quien es: lo mismo que el Rey de Tebas, que acabó sabiendo que mató a su padre, Layo y acabó acostándose con su Yocasta, su madre. Febriles fotogramas sucediéndose, galopando desazonados, en este viaje linajudo (en sentido literal y figurado), se van sucediendo oposiciones, dialécticas agónicas, como ley y deseo, hogar y viaje o memoria y olvido. Una paulatina y devota construcción (una historia profundamente antideconstruccionista) del ser a través de la memoria, con macizos instantes catárticos, sin conocer exactamente el punto de llegada, temeroso – Alejandro, el espectador-  ante el derrumbe de la figura de Pepe como sucedía en el mejor film de Bertolucci ( “hizo una cosa muy mala, una chalaúra” , nos previene su mujer María), La estrategia de la araña: el traidor transformado en héroe y el héroe metamorfoseado en traidor, con el inevitable subrayado del Borges porteño.

¿La ignorancia nos exime de culpa? Según se colige en este florida y ubérrima narración fílmica, no. En Horizontes lejanos, de Anthony Mann; aprehendemos la misma enseñanza que nos ofrecen los directores malagueños: tras forcejear con las sombras culpabilizadoras del tiempo pretérito, Maclyntock puede entrar en tierra prometida, mejor o peor, pero prometida (Ex 33, 1-3), fundando un nueva tierra, como nuestro protagonista, Pepe. No tanto a la manera mosaica, sino alcanzando los anhelos de Eneas, como realizan los mismos protagonista de la portentosa La puerta del cielo, del simpar Michael Cimino, donde, lo mismo que  Alejandro Alvarado, se sabotean la convenciones  esenciales de la películas sobre la tierra de oportunidades: nos es oro todo lo que reluce, ni aquí ni en Las Uvas de la ira o, por supuesto, en Elcantodel mar de Alberto Cavalcanti.

Alquimia nada fácil la obtenida por estos dos grandes del cine, Alejandro Alvarado y Concha Barquero, el cine de Wenders acaba, finalmente, pregnando  cada uno de los fotogramas. Su estirpe ulisiaca la conecta con Paris, Texas, otro monumento (tan deudor, también de los Centauros del desierto fordianos) donde vuelve a asomarse, a través de Travis, la serena hermosura del arrepentimiento. Pero surge, cómo no, su rostro en Alicia en las ciudades, donde tan placentero es el deber de llegar al hogar como la melancólica dicha del viaje en compañía, pugnando el gusto por la aventura con la memoria familiar. O El estado de las cosas, sobre la frustración hollywodense de Wenders. O Tierra de abundancia, viaje del realizador germano al grado cero del horror del 11-S.

Una película del hoy y del mañana, truffautiana o no, que se revela una perdurable historia de amor. Lo mismo que Wenders, o que los mismísimos Spielberg, Eastwood o Ford, Alejandro Alvarado y Concha Barquero acaban restaurando un orden familiar (¿ un caótico orden familiar?) del que Pepe, paradoja de las paradojas, queda tan excluido como integrado.

Luys Coleto

 Ficha técnica:

Pepe el Andaluz

España, 2012

Duración: 83´

Color – B &N

Dirección: Alejandro Alvarado Jódar, Concha Barquero Artés. Guión: Alejandro Alvarado Jódar, Concha Barquero Artés, Josetxo Cerdán Los Arcos. Fotografía: Alejandro Alvarado Jódar, Concha Barquero Artés.Dirección de Arte: Alejandro Alvarado Jódar, Concha Barquero Artés.Edición: Alejandro Alvarado Jódar, Concha Barquero Artés, Esteban Wiaggio. Sonido: Alejandro Alvarado Jódar, Concha Barquero Artés, Carlos del Castillo.Música: Freesound Project Producción: Alejandro Alvarado Jódar, Concha Barquero Artés. Compañía Productora: Alvarquero.

Intérpretes: María Ramírez, Chelo Jódar, Pepín Jódar, Mari Carmen Jódar, Ana María Jódar

 

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